Con el corazón encogido por el percance de ayer en Mont de Marsan cuando un toro de Victorino corneó al diestro Emilio de Justo enviándolo a la enfermería y con la admiración de verlo volver cojeando y con un vendaje en el muslo para estoquear y terminar su faena, brindada a la memoria de su padre, de la que obtuvo una más que merecida oreja, la cabeza da vueltas y vueltas para encontrar una sola explicación a esa actitud de valor y de superación de una persona herida en el alma y el cuerpo.
Posiblemente algunos lo vean como una forma más de radicalizar el dolor y producir más destrozos musculares en la ya abierta herida por intentar seguir toreando cuando el animal ha hecho presa en este caso en el muslo y el dolor se adueña de la personalidad. Sin embargo, hay personas, y entre ellas los toreros quienes muestran una superación del dolor, del desánimo, de la fatalidad queriendo volver a la cara del toro para cumplir con el rito, llevar a buen término la liturgia de la lidia y honrar a una vocación más de héroes que de villanos.
Emilio de Justo ni es más ni menos que otro hombre, pero como torero es más grande y su vitola de héroe lo adorna con mayor realce ante el percance sufrido. Con la montera en la mano brindó al cielo y a la memoria de su padre y progenitor fallecido que le apoyó y ayudó en tantas y tantas tardes y días de anonimato, esfuerzo y preparación cuando el camino empezaba a andarse en esta dura y señalada profesión taurina. Esa que otros quieren erradicar con violencia, prohibición y fuerza porque ni entienden, ni quieren comprender la profunda huella con la que el hierro indeleble y al rojo vivo del tiempo de los toros marca a muchas personas con la señal imborrable de la fe, de la esperanza y del amor por el toro bravo.
Hoy Emilio de Justo ha vuelto a decir que su vocación es de él mismo y de otros más que la tienen clavada sin cortapisas ni ventajas en su misma vida, poniendo en escena cada tarde una liturgia especial de valor y superación del miedo porque forma parte de su propia existencia.
Ayer en Francia, quedó demostrado una vez más la pasta increíble de la que están formados y hechos los toreros. Eso es lo que engrandece su actividad.
Foto: José Fermín Rodríguez
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