Tengo especial afecto hacia un ganadero que tiene en la tierra de León su explotación brava en las tierras de Santa María del Río y que guarda su tesoro en la dehesa del viejo cenobio de Valdellán. Se trata de Fernando Álvarez Sobrado, un hombre decidido y enamorado de su trabajo que busca con ahínco y cuida con esmero los toros de lidia.
Pude verle y saludarle ayer antes de la corrida de Sahagún, con motivo de sus fiestas patronales, a la que acude desde que hace cerca de una veintena de años empezó su periplo por estas tierras del camino de Santiago. Y la verdad es que, pese a la decepción producida por el resultado de la corrida y cuya crónica puede leerse aquí mismo, pues sus toros no tuvieron ayer aquella chispa, raza y acometividad que nos hacía valorar y estremecer ante el temple y mando de los toreros en años anteriores.
Los toros bien presentados, cuajados, con caja y romana como tienen estos «gracilianos», reses de Santa Coloma, no estuvieron a la altura de cuanto se esperaba de ellos en esta ocasión, que es esporádica y que tan solo es síntoma de la evolución del ganado con presencia y bravura.
Hay que reconocer y decir que los ganaderos cuyas reses son difíciles, duras, encastadas y con raza tienen mucho más difícil la venta de sus ejemplares que las de comercialización más fácil, porque los toreros quieren algo más cómodo y menos arriesgado, al menos en teoría, para ponerse delante. Que, por cierto, tiene su mérito indudable, como el de Fernando Álvarez y su equipo.
Salgo decepcionado en cierta manera de la plaza de toros de Sahagún ante el juego desarrollado en el albero del popular coso leonés, aunque tan solo eso sea una anécdota en el juego eterno de esta fiesta del toro de lidia y del arte de torear que nos encandila cada tarde y cada día. Y por ello hago votos para que vuelva en sí la bravura a esa sangre «santacolomeña» tan apreciada para facilitar la emoción sincera en aquellos a quienes les gusta la Fiesta de toros. Y aunque un grano no haga granero, sí ayuda al compañero. De manera que al buen ganadero de Valdellán ánimo y suerte que un tropezón lo tenemos cualquiera en nuestra propia vida.
Fotos: José FERMÍN Rodríguez
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