Muchas y buenas acciones han sido vistas en esas plazas de toros, protagonizadas por los llamados “monosabios”, esos personajes que acompañan al picador y protegen a su forma la cabalgadura, a su jinete en caso de topetazo y caída peligrosa ante la cara del toro, o componen sobre la marcha los arreos del jamelgo cuando por fas o nefas se ve involucrado en un tropiezo o pérdida de equilibrio.
Este mozo de ayuda que socorre al picador durante la suerte de varas realiza una tarea valerosa e imprescindible pues en ocasiones arriesgan su propia vida, realizando un quite en la misma cara del toro sin más auxilio que su varita o la gorrilla con la que van ataviados. Dotados de agilidad felina para tomar el olivo en caso necesario, lo que ya no esperábamos, pero hemos visto, y así está captado por el objetivo sagaz de mi amigo el fotógrafo Fermín Rodríguez, era encontrar una monosabia, o tal vez habría que decir “monasabia”, por aquello de la feminidad y que no se nos echen encima los absurdos sexistas igualitarios de gramática… parda.
La jovencita, expectante, tranquila, serena, apoyada en su varita de fresno, aunque se halle con el picador que guarda la puerta, contempla cómo el toro está siendo citado y picado por el compañero titular. Su sosegada expresión apacible y reposada, sin perder la vista al bravo y su evolución, da pacífica expresión al cuadro, pese a la fogosidad e ímpetu del toro que seguramente se muestra en el otro lado del coso. Sólo una de las espectadoras de barrera pone los ojos en el conjunto, olvidando la suerte de varas a la que el resto mira con atención.
La denominación del “monosabio” parece una acepción adoptada en Madrid cuando allá por la primera mitad del siglo XIX una cuadrilla de monos, vestidos con blusón encarnado, realizaban un número de circo con el apelativo de “sabios”. Los mozos de caballos de la plaza de Madrid, que vestían también blusón rojo y hasta la fecha conocidos como “chulos” fueron apelados por la parroquia chusca madrileña con el nombre de monos sabios. El tiempo, el lenguaje popular y la tauromaquia los denominó “monosabios” en una integración espectacular en el habla de esta actividad.
Seguramente colear a un toro encelado con el caballo más parece propio de joven fornido y torero que de mujercita delicada. Pero el hecho de que haya chicas que quieran ejercer en las suertes del toreo es motivo de agrado y de reconocimiento. Ojalá hubiera muchos jóvenes que decidieran intervenir en las corridas de toros para perpetuar un arte enraizado en lo más hondo de la tradición española. Hoy así lo queremos hacer ver y notar.
Y especialmente porque en los toros, además de conocer, de saber el rito y el ceremonial que lleva en sí misma una corrida, aparecen entre los protagonistas muchos personajes, sin los cuales algo faltaría en la función de cada tarde, como en este caso quienes ayudan al picador a completar su suerte e intervención en la lidia.
Foto: José Fermín Rodríguez
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