En todas las plazas de toros hay una persona encargada de abrir la puerta de toriles para que la res salte al ruedo y comience la lidia. Es el torilero, cuya función poco especializada en esto de la fiesta, quien tras descorrer el cerrojo del llamado portón de los sustos, abre la puerta para que el toro, desde la oscuridad del chiquero, acceda por la manga o pasillo, a la claridad diáfana del coso taurino en un contraste de oscuridad y luz que altera en ocasiones su comportamiento y le sorprende.
Es una sola persona la que se encarga, con poco esfuerzo, de este cometido y me cuentan que en las Ventas de Madrid hubo un torilero, llamado chulo de toriles, que no abría la puerta en el cuarto toro porque se tomaba un descanso para el refrigerio de la merienda, cuestión sagrada y gulosa para reponer las energías perdidas y por acuerdo convenido a consecuencia de su ocupación. De esta manera, si el mozo se atragantaba con el tentempié por aquello de engullir deprisa, no resulta extraño que los torileros normalmente sean tranquilos, parsimoniosos, calmosos y de planta cachazuda. Tal cual, así lo encontramos en una de las plazas este verano y su retrato nos sirve hoy de ejemplo para explicar su labor.
Ciertamente los torileros de las plazas de los pueblos y de las ciudades pequeñas desempeñan su oficio como personas aficionadas a las que gusta intervenir en esa función normalmente gratis et amore, en ocasiones por una propina, o simplemente por echar una mano a la Organización del festejo.
Es verdad que alguien tiene que hacer muchas de las actividades que se precisan para que el festejo taurino se desarrolle con normalidad en el interior de las corraletas, en abrir y cerrar trampillas, puertas, correderas o pasar la vara para poner la divisa o encauzar a su sitio a un toro díscolo. Y todas esas personas tienen también su parte en la celebración taurómaca porque ellos también son importantes pese a su anonimato.
En todo caso, y por acabar, Dios no quiera que veamos en una plaza de toros los siguientes cambios: En una primera fase, la supresión de la figura del arenero y el torilero, dejando que los monosabios realicen su función y ya que el Pisuerga pasa por Valladolid, aprovechando el ahorro de costes, ampliar el palco presidencial y dotarlo de aire acondicionado. Ni realizar ahora que está tan de moda un Expediente de Regulación de Empleo de monosabios y el trillado de arena realizarlo con robots areneros, mientras que la puerta de toriles se podría abrir con mando a distancia desde la presidencia. Creo que entonces como el poema de García Lorca por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías y traído aquí por su expresión: “¡Que no quiero verla!”… esta filigrana echaría por tierra muchas cosas.
A la puerta de toriles no hay canto ni cristal que la cubra de plata ni tan siquiera por broma y burla aunque fuera hecha por quitar a un torilero.
Foto: José Fermín Rodríguez
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