El triunfo le volvió la espalda en silencio pero el mérito no. Ahí está un personaje del arte de torear llenando hasta la bandera él solo la Real Plaza de El Puerto de Santa María, creando una inusitada expectación merced a lo diferente, a lo distinto, a lo renovado.
Gestas de este tipo siempre son apreciadas y seguidas. Y más en el mundo del toro. Por recordar una, me viene a la cabeza aquella reciente de Iván Fandiño en Madrid que puso a reventar el tendido no ya por él, que también, sino por los toros diferentes, diversos, distintos que saldrían al ruedo de las Ventas.
Morante de la Puebla ha recuperado hasta en este silencio y bronca de salida muchas de las cosas que ya iban estando perdidas en el toreo: El deseo ferviente de presenciar la gesta. El interés por saber de ella. La muestra de fragilidad humana y superación de las dificultades… En fin, la amalgama de colores y tenue polvo de una tarde de toros inolvidable aunque en ella asome desilusión y frustración.
Como dicen y piensan muchos: ¡Nunca un fracaso dio tanta gloria a la Tauromaquia! «El genio de la Puebla ha demostrado que solo la emoción y el misterio del ‘todo puede pasar’ fue, es y será, la llama que aviva el arte».
Y en el recuerdo inolvidable los Veraguas de Prieto de la Cal frente a un torero del ayer más castizo, popular, inolvidable y hermoso que atesoran sus huesos para ensalce y grandeza de la fiesta de toros. Eso es lo difícil e inentendible que un fracaso sirva de acicate a una vocación de riesgo y ventura como no existe otra en la historia, la de ser torero desde que amanece.
Yo ayer me volví con y de Morante.
Fotos: I. MORALES
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