La libertad es el más precioso don que dieron los cielos a las personas. Y ahora dentro de unos días las urnas de España se abren para recibir los votos de los electores y condicionar la vida de las personas en uno u otro sentido para los próximos cuatro años. Así es el sistema político que tenemos en nuestro país.
En estos días, pero sobre todo en todos los anteriores, hemos visto y oído a los candidatos hablar de los toros, de su apoyo incondicional en su mayor parte en el caso de llegar al poder y en su borrado definitivo en la minoría animalista.
Pero los nubarrones vienen anunciando tormenta casi segura y aunque se han apaciguado los truenos de momento, no tardarán en volver a la carga unos y otros con sus prohibiciones, sus buenismos, sus filias y sus fobias por ese naufragio personal en ideas y convicciones, al hacer de los toros el muñeco de feria del pim, pam, pum y dar a la algarada el ánimo materialista del apoyo contra ese mundo estereotipado de paletos rurales, de ceño fruncido, mirada torva y boina calada hasta el entrecejo. Cuando esas personas que viven y mueren en el mundo rural son quienes de verdad sostienen, como ángeles custodios, los tres tiempos de la existencia: el ayer, el hoy y el mañana.
A los taurinos se nos ha criminalizado con groseras mentiras divulgadas en medios de comunicación y en concentraciones reiteradamente con remoquetes de asesinos, palurdos, garrulos, apestados… a los que apartar de las decisiones, de los sitios, de la vida, arrojar de la sociedad y echarlos al fuego de la destrucción. Y ahora cuando a ellos les toca la fibra de resentimiento, ponen el grito en el cielo por la injusticia cometida.
Es cuando menos curioso ver a personajes que nunca han sido proclives a la fiesta, estar ahora en primera línea de tendido apoyando con su presencia una actividad que antes les producía rechazo y cuando no, al menos callando, por aquello de «en boca cerrada no entran moscas».
Llegan elecciones a cinco días vista. Y los taurinos deben ahora, como lo han hecho siempre, dar el paso adelante, sin miedo, ni condicionamientos para seguir respetando y amando una fiesta singular en su vida, la gran fiesta de los toros. Luego, no valdrán de nada las lamentaciones, aunque ya se sabe que hay buena y mala fortuna en las pretensiones pues es ciega, no ve lo que hace, ni sabe a quien derriba ni a quien ensalza. Pues eso.
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