Estas acciones de elegir los toros en las diversas ganaderías para luego llevarlos a la plaza y ser lidiados por los toreros vienen siendo la tónica habitual desde que existe la misma Tauromaquia, aunque no con la selección con que se hace ahora. «Ese no, aquel sí; este lo veo una chispa desprendido; aquel hay que tocarlo un poquito»… Esta labor realizada por los llamados «veedores» quienes son los que a la postre dan o no el visto bueno a la adquisición y compra de los toros tiene auténticos servidores a las órdenes de los toreros cuando no son ellos mismos quienes van y vienen, miran y eligen, una y otra vez el animal que su toreo precisa.
Aquí entran en juego más cosas: Las reatas, aunque ya se sabe que en ocasiones de padres gatos, hijos miau, son fiables para desatar la confianza y proponer así la compra de las reses. Los orígenes, la evolución ganadera, el tratamiento, llegando en ocasiones a casi un adiestramiento del animal, se consideran, se sopesan, se miran y remiran hasta alcanzar el momento final al embarcar.
Yo tengo un amigo que siempre me dice que en las ganaderías de lidia debería haber un letrero que pusiera: «Prohibida la entrada a veedores» dejando a su criador toda la responsabilidad de conformar el fenotipo y el genotipo de las reses, pues el ganadero es la persona más interesada en que sus ejemplares tengan la salida mercantil para la que están siendo criados y cuidados con el esmero, la atención y la sanidad precisas.
Sin embargo, en esta fiesta de toros, el manoseo es más que evidente por todos y cada uno de los sectores que tienen responsabilidad en la misma. Se empieza por los empresarios que deben echar los números para dar el festejo; siguen los diestros toreros que analizan quién y quiénes van con ellos en la terna y si son de su agrado o no, si abren o cierran cartel, si los toros están «tocaítos» o no pues es su barriga la que está en juego; completan los alcaldes y concejales de los pueblos que en sus fiestas patronales quieren ser los protagonistas dando a los carteles una prestancia en la que ellos luego, caso de fracaso, no reconocen responsabilidad alguna; y al final, el público que abona la entrada y tiene que ver en muchas ocasiones cómo la engañifa se adueña del espectáculo…
Lo cierto y verdad es que en este barco suele haber muchos capitanes y por eso navega por el mar proceloso a trancas y barrancas. Es entre otras cosas, el cambio que precisa esta fiesta, es decir el concepto mismo de su realización y de la forma en que se ejerce.
La fiesta de los toros es tan importante, arraigada y necesaria que su protección está en mostrarla como es, sin tanta cortapisa ni manoseo para que llegue a todos cuantos quieran apreciarla como lo que es, un fundamento de hierro y plomo que no se destruye tan fácilmente.
Fotos: FERMÍN Rodríguez/ peña taurina palentina
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