La tercera de la feria de San Pedro en Burgos marcó la raza de unos toros, los victorinos, a los que muchos más aficionados deberían haber visto, pues la corrida fue de las que no se puede perder ripio ni atención, toda vez que la lidia de los albaserrada en esta ocasión no dejaron a la distracción ni al aburrimiento resquicio alguno ni decaimiento sino que supusieron elemento de apreciación cómo este variado encierro de las Tiesas cacereñas, bravo y encastado en general, aplaudidos cuatro de ellos en su arrastre, y merecedor del pañuelo azul el que cerró la corrida es la ganadería española de moda. Y frente a ellos una terna de toreros bregados y bragados con la dureza del arte de torear. José Ignacio Ramos, ovación y una oreja; Paco Ureña, silencio y aplausos y Emilio de Justo, oreja y dos orejas estuvieron , como se dice en el argot, poderosos, con los cinco sentidos alerta y fajándose con animales, algunos de ellos como el «hechizo» que abrió plaza, un pavo de 565 Kilos, que llevaba la cogida y el peligro en su pitón izquierdo; el «veneno«, lidiado en quinto lugar con 620 Kilos de caja, estructurado como gran toro de presencia y bríos y el «mojigato» de 560 Kilos que cerró corrida, bravo, noble, humillando, aunque de fuerza justa. Fueron desorejados el «escaño» corrido en tercer lugar y el «estudioso» de 520 Kg, que hizo cuarto y el ya citado «mojigato» que finiquitó el festejo.
La algarabía del tendido, después del arrastre de cada toro, protagonizada por charangas y peñas, conforman un ruido ensordecedor, de tal manera que hasta hablar con el de al lado supone un esfuerzo notable y no digamos si lo haces por teléfono. Pero la alegría es la alegría, la costumbre es ley y Burgos y sus peñas acuden a los toros con trompetas, fiscornios, tubas, bombos y tambores… toda una banda musical atronadora de risas y camaradería que hacen del Coliseum burgalés un recinto especial, un pandemónium, griterío y confusión que solo se apacigua cuando el pañuelo blanco aparece en la Presidencia.
Hoy toreaba tras siete años retirado, en sus XXV Años de alternativa como torero, el burgalés José Ignacio Ramos al que, por cierto sus compañeros brindaron el primer toro de su lote y lo hizo con la garra, la entrega, la dignidad, soltura y fe, virtudes que le arroparon cuando estaba en activo, mostrando además la forma de matar un toro con un volapié de antología como hizo ante el cuarto de la tarde. Todo han sido aplausos y gratos recuerdos para Ramos. Nada más romperse el paseíllo, la empresa de TAUROEMOCIÓN le reconoció su mérito entregándole una placa de agradecimiento. Su primer toro se lo brindó emocionadamente a su amigo Raimundo en un brindis privado y particular como el que tienen los discretos.
José Ignacio Ramos no dio nunca un paso atrás, sabiendo que tenía enfrente un victorino que por el pitón izquierdo era muy peligroso y a poco que se hubiera descuidado, el animal hubiera hecho presa en él pues se revolvía como un gato. Luego, ante el cuarto, brindado al público al que colocó dos varas sentidas y apretando Mario Herrero, empezó su faena con unos doblados por bajo característicos del diestro, enseñando a embestir y sacándoselo a los medios para lucir mejor la faena. Bravo el toro, iba a los engaños con celo por los dos pitones y, pese a pinchar en el primer intento, logró realizar un volapié canónico en la suerte de matar, llevándolo a efecto con parsimonia y eficacia marcando los tiempos, lo que desató el fuerte aplauso y seguramente condicionó la petición de trofeos para conmemorar XXV años de alternativa.
Paco Ureña, el torero que cita al natural dando el pecho y poniendo la muleta plana, sin trampa ni recurso alguno, con la entrega que le caracteriza no tuvo hoy su tarde, sobre todo con los aceros que se le atragantaron en el uso adecuado. Había dado buenos lances con la capa y una media de remate de cierta galanura y tras la intervención del varilarguero Pedro Iturralde que picó delantero al ejemplar con el oficio que atesora el vallisoletano, la faena de Ureña resultó una lucha poderosa entre ambos, pero la inteligencia del de Lorca logró con el poderío de sus muñecas instrumentar al toro una faena de mando en plaza. Lástima luego que la emborronara con los aceros. Ante el quinto, un toraco con toda la barba y cuerna asaltillada, muy mal lidiado por la cuadrilla, intentó someterlo por bajo, bajándole la mano por la derecha y firmando un pasaje espectacular con la mano izquierda al natural, pero no fue suficiente la petición de oreja cuando tras una estocada entera algo caída mandó al desolladero al ejemplar.
Emilio de Justo, el tercero en discordia, fue quien a la postre se llevó el triunfo, el santo y la limosna y el mejor lote de los victorinos, parándoles, templándoles y mandándoles. Si había cortado una oreja ante el tercero de la tarde, caerían las dos en su esportón en el que cerraba festejo, un gran toro de Victorino, bravo, que arrastraba el hocico y que de haber tenido algo más de fuerza hubiera sido de antología su lidia.
De Justo está inspirado, en forma, con la ilusión y ganas de un torero que quiere meter la cabeza entre los llamados a las ferias. Su toreo es limpio, entregado, con cites al pitón contrario sin trampa ni cartón, pisando terrenos de alto riesgo y haciéndolo con la sencillez y la gracia que atesora el buen torero cacereño, un beso extremeño en estas tauromaquias de profundidad, dificultades y altura de miras.
Su alegría y su forma de entrar a matar jugándose la barriga materialmente desató la admiración en el tendido, pidiendo para él la segunda oreja que le fue concedida.
En resumen. Una gran corrida de toros, de mucho interés, sin trampa ni cartón esta de Victorino en Burgos. Una decepción por no ver más aficionados en el graderío abarrotado para contemplar otra forma de estar ante los toros tan difícil de ver ya por esas plazas de Dios y de España. Un magnífico encierro de Victorino Martín y un hombre, un burgalés, un torero, José Ignacio Ramos Abajo, el chico de la localidad de Modubar de la Emparedada que casi le coincide con su mismo cumpleaños vital pues nació el 27 de julio de 1970 que dedicó su vida a la fiesta de toros con verdad, aplomo y autenticidad y que ha celebrado con bien, salud y torería sus XXV años de alternativa. Y luego dicen que nadie es profeta en su tierra. Solo si no se es torero. ¡Enhorabuena, maestro!
FOTOGRAFÍAS: José FERMÍN Rodríguez
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