Estamos viendo y siguiendo el trabajo de muchas personas que, armados de una profesionalidad a prueba de bomba, mucho trabajo ejecutivo en la cartera , esfuerzos con poca compensación económica y ganas por una pasión que a ellos también les atrae como un inmenso imán, llevan cada temporada a efecto la acción de ser empresarios taurinos. Todos están en la lucha y en la brega de cada día para organizar festejos, presentar pliegos de adjudicación, y programar una temporada especialmente mejorable y de ahorro escrupuloso y siguen adelante en este mundo en el que ellos quieren colocar su impronta. Se trata de los empresarios taurinos, corrientes y molientes, pléyade generosa que abunda por todas las provincias y que pone en marcha, más por ilusión y afición que por solución económica la Fiesta de toros en los pueblos y ciudades pequeñas.
Estos hombres a los que catalogamos como del grupo B, en símil parecido a la clasificación por contratos de los diestros toreros, frente a los pocos elegidos de las grandes casas comerciales y de gestión, suelen ir por libre en los asuntos de llevar a término un festejo, una feria pequeña, un acontecimiento taurino al que acude en la mayor parte de los casos, amparado en una subvención municipal corta que quiere ver una cartelería propia de sitios más grandes y de mayor inversión dineraria. Son los empresarios taurinos que tienen la voz grave, el tiempo más que justo y los momentos de dureza, incomprensión y, en más de una ocasión, de vilipendio cuando no de rechazo. Y eso que los empresarios taurinos son la cúspide de la pirámide de la Tauromaquia: Sin ellos, en general no habría toros en ningún sitio de forma directa o indirecta.
Rotos e impedidos por el grande en su aportación e ilusión, pues son frenados por condiciones sangrantes en alguno de los pliegos, suelen callar y seguir. Por ejemplo, la condición de haber regentado una plaza de primera para acceder a las adjudicaciones; cuando seguramente hay más de uno que sin haber regentado una de ellas, lo haría tan bien como el de siempre.
Otra condición sangrante, propia de todos los empresarios taurinos a la que tienen que enfrentarse son las peleas con la administración en ventanillas de recaudación, pagos, multas si hay transgresiones… Horas y tiempo que podrían ser dedicados a otro menester. Y creo que porque suele verse a estos hombres con cierta reticencia, en lugar de considerarlos como seres que se juegan sus dineros, propician trabajo a otros y aportan jornales e impuestos a la sociedad.
Desde aquel primer empresario taurino que recibió el privilegio real para dar la función de toros en la plaza de Valencia allá por los comienzos de la centuria del siglo XVII, Ascanio Manchino y su esposa María Bermúdez, aguantaron diez años hasta que vendieron la cédula, para llegar al momento en que se mueven ahora mismo las cosas, mucho ha llovido y ha escampado y los problemas en España siguen siendo parecidos en esta profesión en la que muchas veces «no se saca ni para gastos«. Recuérdese aquí a Mazzantini, el torero rico, que se arruinó cuando jugó a ser empresario taurino.
Sin olvidarme de aquellos que pusieron y ponen el listón empresarial en lo más alto, por técnica, táctica, seguridad y buen hacer, ahí quedan para la historia los nombres de Bartolomé Pichardo; Casiano Hernández; Eduardo Pagés o el abanico de cuantos hoy ejercen, de sobra conocidos por el aficionado.
Ser empresario taurino, al considerar que la fiesta es un negocio y que, según se ha visto, todo el mundo ha querido probar y meterse en él, es una divisa indeleble en algunas personas que conozco que se dedican a ello y que tratan de hacer las cosas, lo mejor que saben y pueden. Por eso, de ellos tenemos que estar orgullosos, respetarles y animarles a seguir al marro, antes de que ellos también se cansen y manden al carajo a los toreros, a los toros, al personal, a los impuestos, a la gestión, a los gastos generales, a los concejales de festejos, y a quienes los ponen como ejemplo de ser lo que no son ni por asomo. Y sobre todo porque en su vida y al menos en lo más profundo de su corazón aman con fuerza, ganas y pasión su mundo, el mundo de los toros.
Fotos: J. Fermín Rodríguez.
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