
Cuando la temporada pasada de 2013 cerraba su calendario y el Anuario taurino de la Federación recogía en su portada uno de los momentos más emotivos, sinceros y grandiosos en el significado del toreo crecido ante las dificultades internas y externas de la lidia, llenos de agua, calados hasta los huesos, presenciando cómo el turbión de lluvia caía con fuerza, tres hombres toreros se crecieron hasta lo inimaginable tirando de ellos el director de lidia, el veterano maestro, Juan José Padilla, lesionado, tuerto y con la dificultad propia de quien debe superar todas y cada una de las dificultades que se planteen. Ellos fueron Padilla, el Cid y El Fandi que dieron cuenta de un encierro de Parladé y que el lector puede repasar los textos y las fotografías de aquella magnífica y embarrada tarde en este mismo periódico digital.
Bien, hasta aquí el hecho, el sucedido, el acabamiento final y entregado de tres toreros a su profesión, al público que paga la entrada y a quien se debe el respeto y la consideración que en tantas y tantas ocasiones se le hurta, de le escatima o se le engaña.
Entre el ruido de los truenos y la luz de relámpagos de aquella inolvidable tarde surgieron muestras de torería, arropadas por el manto de la lluvia que caía sobre el coso del Paseo de Zorrilla tanto o más que como cuando enterraron a Zafra.
Mi amigo el fotógrafo José Salvador que, cubierto cuerpo y cámara fotográfica con un plástico chubasquero al uso, protegido a medias de la inclemencia del temporal siguió dándole al «clic, clic» de su disparador para recoger algunos momentos que hoy hemos querido rescatar de aquellas faenas que auparon merecidamente a hombros, abriendo la puerta grande la plaza de Valladolid, izados por un elenco de jóvenes taurinos que asistieron a la llamada «grada joven» y que fueron capaces de sonreír, alborozados, tras lo sucedido aquella tarde.

En sus retratos diversos momentos de las faenas en las que se aprecia la dificultad extrema no solo para practicar la lidia, sino para mantener el equilibrio sobre una pista resbaladiza de albero embarrado y agua.
Primeramente el Cid en dos pases no de los suyos característicos, pues es el natural el lance con el que mejor se aprecia la estética del sevillano, como son un derechazo y el remate de un molinete. pero que dan la medida de la extraordinaria porfía entre él mismo y su enemigo, un toro de Parladé.
Por su parte, Juan José Padilla, en dos rodillazos que añaden emoción y dificultad a la ya de por sí extremada circunstancia peligrosa del momento. Parece como si el buen torero de Jerez dijera: «No queréis caldo, pues tomar, dos tazas», consiguiendo que su cara cansada, bregada en mil y una batallas, con el rictus de la herida terrible aún en su mirada, se desplanta ante el toro sometido, rendido y vencido en el medio del ruedo.
Cierto que todos cuantos recuerdan esta corrida de toros de Valladolid, seguro que la tienen en un respetuoso anaquel de su memoria. Especialmente si participaron en directo de ella, viendo la extraordinaria dificultad que deben vencer los toreros cuando, vestidos de luces, dan cuenta y realizan movimientos estéticos y acompasados ante el derrote y galope de un toro de lidia.


Juan José Padilla, torero al que apreciamos y queremos fue Director de Lidia en aquella corrida. Mostró sus redaños, impuso su toreo y dio la medida de superación de un hombre ante las dificultades que le plantea la vida, sea la que sea, adopte el cariz que corresponda y embarque a sus compañeros a una batalla digna de emular, de recordar y de revivir. Y así en lugar de suspender la corrida como en otras ocasiones reglamentariamente se ha hecho, indicó el camino a sus compañeros de terna con la grandeza que tiene llamarse y ser torero.
FOTOS: José SALVADOR.
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