Hoy se cumplen diez años, un década maldita más que prodigiosa, de la prohibición de los toros en Cataluña y del cierre de la Monumental, esa plaza emblemática de temporada tan apreciada y reconocida por todos los aficionados taurinos. Diez años desde que un argentino cameló a políticos profesionales que abrían sus despachos a estos negreros de la mentira, de la coacción y del interés por acabar, terminar, apuntillar la fiesta más popular de España, la de los toros.
Desde que el añorado Luis Mª Gibert, quien llevó hasta su muerte la Federación de Entidades Taurinas de Catalunya, se embarcó en la aventura de recoger medio millón de firmas por toda España para llevarlas al Congreso de los Diputados en otra Iniciativa legislativa popular para declararar la Fiesta como Bien de Interés Cultural, gracias a muchos aficionados integrados en Federaciones provinciales y regionales, la verdad es que algo desdeñados por el sector, consiguió su objetivo y el Congreso tramitó y aprobó una Ley inspirada en ella, pasando la tauromaquia a ser Patrimonio Cultural Inmaterial.
En muchos lugares aquellos papeles de firmas fueron recogidos y enviados hasta lograr la labor y el fin propuesto que de alguna forma ha detenido la desaparición total y absoluta de la fiestas por nuestros pueblos y ciudades.
Ahora, con el revuelo, la situación a la que se ha llegado, el hambre y la necesidad aflora entre profesionales que trabajan en el sector pues han sido olvidados y a los que únicamente se les ofrece palabras más o menos bonitas, pero que no se traducen en hechos decisivos, palmarios, reales, firmes y comprometidos, incluso no se les ofrece las prestaciones por desempleo a las que tienen todo el derecho.
Y de nuevo andan argentinos pegajosos y españoles castosos queriendo cercenar la libertad y ordenar la vida de la madre patria, como ellos la llamaban, negando, ninguneando y burlándose de los trabajadores por quien debería velar por ellos y sus derechos. Además con el remoquete alardeado por grupos animalistas profusamente financiados, la izquierda ha construido un ideario según el cual todo el que tiene que ver con la tauromaquia es un facha de tomo y lomo y que, además, se regodea en el sufrimiento del toro, una mentira repetida una y otra vez que ha calado hondo en muchas personas, mientras los de derechas que tanto gusta fotografiarse con los toreros (y viceversa, que esa es otra) apenas ha pasado de las buenas palabras.
En fin, diez años hoy de aquel cierre patronal, profesional y político de la Monumental de Barcelona que dejó atrás aquellos días de emotividad, arte y valor cuando Finito, El Juli y Espartaco torearon en la hermosura a los de Torrealta y Juan Mora, José Tomás y Serafín Marín echaron la última en una tarde inolvidable, antes de llegar las lágrimas.
En Castilla y León los políticos de la Junta todavía reparten algo de trigo para el sector, tal vez atenazados por la presión y los miedos. Pero todos esperan mayor decisión, apoyos y sentido práctico a una actividad, la taurina, que merece más que de sobra atención y apoyo institucional.
Foto: La última de 2016 con José Tomás en Barcelona
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