Alejandro Talavante por una faena entregada, animosa y artística al toro de Juan Pedro Domecq que cerraba la corrida en la ciudad cacereña de Plasencia, tierra de guindas y gentes hospitalarias y amables, ha sido el triunfador de la tarde, al cortar dos orejas al ejemplar de 450 kilos de romana, brindado al público que llenaba prácticamente el coso taurino. En el tercero de la tarde había recibido la ovación del respetable y en éste de cierre quiso sacarse la espina y conseguir la apertura de la puerta grande del coqueto coso extremeño.
Eventauro, la empresa de Alberto Hebrero, había programado para este sábado una extraordinaria corrida de toros, con un cartel de lujo y tronío, en la que Juan José Padilla y José María Manzanares completaron una terna que se las entendió con un encierro, noble pero flojo y escasito de fuerza de los denominados Juanpedros, a excepción del sexto que acudió con celo y encastado a los engaños, galopando con alegría y prontitud. Por su comportamiento fue el único de los toros aplaudido en el arrastre.
Vamos a contar poco a poco el rato echado en la bella localidad extremeña para seguir una feria taurina de muy buen corte, esforzada, amena y llena de colorido en la que la empresa organizadora ha puesto todo de su parte por dotar adecuadamente a una plaza que lleva a gala y anuncia en un azulejo del pórtico de su puerta grande que «es de segunda categoría» en esto de los toros.
Se agrupaba el personal en abigarrada multitud en la puerta principal de acceso a la plaza para ver a su sabor la llegada de toreros, mientras que de vez en cuando salía un mozo guiando el caballo de picar para situarlo en un pequeño recogedero formado entre los contrafuertes del coso, en cuyas paredes aparecía grabado un anuncio con el título de «mulillas«. Menos mal que los jacos de picar son relativamente nobles y tranquilos, porque no sé qué pasaría allí cuando le dé a algún equino por piafar y encabritarse. Y antes de empezar con el relato de lo hecho por los trres diestros en esta tarde, un inciso breve pero reconocido: La delicadeza para con nosotros tenida por unas personas que ocupaban localidad y sitio en la barrera de sombra, justamente detrás de nuestro acomodo, entre las cuales debo destacar a David y Julia, propietarios del emporio gastronómico del Restaurante Florida 2 de Plasencia que compartieron su comida, sus exquisitas y frescas cerezas del fértil Valle del Jerte y el vino manzanilla cuyo amontillado a poco nos deja sin seguir la faena del diestro Juan José Padilla en el cuarto de la tarde, pues era el momento típico y popular de la merienda. Cerezas tersas, agriculces y frescas que entonaron el cuerpo en la calorina medio bochornosa de la tarde con 27 grados y medio de temperatura. Gracias amigos de Plasencia por vuestra hospitalidad, sentida y sencilla, apreciada como no podía ser de otra manera, mientras contemplábamos todos una corrida de toros.
Y vamos a ello.
Tras el paseíllo, los espectadores prorrumpieron en una ovación hacia Juan José Padilla, quien toreaba tras su gravísima cogida de la temporada pasada que le ha privado de la visión del ojo izquierdo. El diestro invitó a sus compañeros de terna a que correspondieran también a la ovación fuerte y cariñosa que les tributaron, saludando desde el tercio.
Los toros lidiados tuvieron una romana de 450; 460; 440;490; 480 y 450 kilos de peso, achaparraditos, pequeños, bien conformados, pero nada más salir el primero un sector del público silbó el trapío del animal, aunque enseguida Padilla le enjaretó unos lances de recibo ganándole la cara y sacándole al medio. Un puyacito y banderillea el diestro. Lo mejor un par de dentro afuera y al llamado violín que recogió la ovación de la concurrencia. Con la muleta, tal y como se vio en el capote, da el animal sensación de flojera al someterle el diestro por bajo. Le torea muy bien en redondo y protagoniza unos desplantes finales de cara sobre todo a la solanera. Logra una estocada y le es concedida la oreja por petición mayoritaria del público. Con el cuarto de la tarde, segundo de su lote, que recibió con un farol de rodillas en el tercio muy ajustado y ceñido, lo banderilleó el diestro y empezó la faena sentado en el estribo. El toro va a menos y achucha al torero que pierde la muleta quedando a modo de albarda en el toro. Muy esforzado y con ganas de triunfo y de agradar, Padilla no acierta con el estoque pinchando en dos ocasiones antes de agarrar la estocada que echó por tierra al animal, mandándolo al desolladero. Al acabar, recogió desde el tercio, la ovación cariñosa del público.
José María Manzanares, pechó con los dos peores toros del encierro, parados y con escasísima fuerza. Intentó su toreo lleno de plasticidad, hondura y belleza, como si toreara a cámara lenta, pero el animal se apagó enseguida. No obstante cita en la suerte de recibir, tras montar el estoque y llamarle tres veces al parado toro. Consigue la estocada que echa por tierra al animal y el público sacó sus pañuelos pidiéndole el trofeo concedido por la Presidencia. El quinto que lidió, por aquello del dicho de no haber quinto malo, se dio de salida una voltereta de campana tras clavar los pitones en el albero y el animal quedó muy resentido por la fuerte costalada. Tanto que ni el varilarguero le picó. Sólo señaló un picotazo.
Manzanares se llevó a los medios al toro y se encendieron en ese momento las luces de la plaza para que las lentejuelas de su traje tililaran en el atardecer bellísimo de Plasencia. Sin embargo no pudo ser, y además fue imposible. El toro parado, sin fuerza, ni seguía, ni acudía pronto. No obstante enganchó con una de las patas traseras el pie del alicantino y lo derribó al suelo entre el griterío y la cara de susto de todos. Asi que el diestro pinchó en lo alto y logró media estocada y dos golpes de verduguillo para acabar con la vida de la res. En uno de esos intentos se golpeó en la mano derecha y tuvo que ser atendido en la enfermería de una fuerte contusión con luxación de un dedo.
Y cerró terna el triunfador en este San Isidro madrileño, Alejandro Talavante, un torero en gracia, pleno de ganas y fuerza, estático, poderoso, sabiendo dar el tiempo a sus toros, colocándose en sitios complicados y clavando las zapatillas en la arena del albero sin retroceder, dominador absoluto de la lidia. No había podido matar bien al primero de su lote, instrumentándole una envainada estocada que hizo guardia feamente asomando por entre los costillares del toro. Pese a que había toreado bien, pues su enemigo traía un tranco alegre, citándole en la distancia, sometiéndole y templando su embestida, no pudo lograr ni un solo trofeo. Al acabar, recibió una ovación del público.
Sin embargo donde Talavante estuvo señorial como torero fue en el sexto de la tarde, a la postre el de mayor movilidad del encierro. Brindó al público y empezó su faena con unos estatuarios a pies juntos, gustándose y gustando a los demás. Luego dos series por el pitón derecho, el mejor del toro sin duda alguna, muy aplaudidas. Pese a pinchar en dos ocasiones arriba, logró una estocada tirándose a ley, en todo lo alto . Incluso recibió un tarantantán del toro al sentir el hierro. Y el público bulló de contento, pidiendo las dos orejas por la faena hecha y relatada que le fueron concedidas, mereciendo la salida por la puerta grande.
Y en el recuerdo un quite lucido y espléndido del subalterno de Talavante Julio López a un compañero de la cuadrilla de Manzanares, que hubo de coger el olivo con cierto azoramiento y peligro por su integridad, al revolverse el toro y quererle prender. Las cajas de guindas «El Corneta» entregadas a los toreros, la compañía amable del diestro ecuatoriano, ya retirado, Luis de los Reyes con quien compartí sitio en el callejón y unos amables espectadores que me dieron pan, vino y cerezas en una atención amabilísima que no olvidaré.
Fotos y Galería gráfica: José Fermín Rodríguez
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