La persecución a los toros y a cuanto conllevan en la vida de las personas es tan evidente que las actuaciones ya claman en el desierto y las protestas, no demasiadas, caen en saco roto. La prueba viene ahora en este verano donde no se autoriza de ninguna forma que corran los toros por el campo en los encierros que antes se celebraban con gran predicamento y asistencia de público para ver las carreras de caballos, gentes y cornúpetas.
Se autoriza la presencia de espectadores en el fútbol y en sus estadios. También conciertos y momentos de reunión de exagerado número de personas, citas al aire libre en calles y plazas. A ver quién es el majo que ha controlado la separación en el graderío de hooligans ingleses descamisados, bebidos y disfrutados, en la última copa de Europa celebrada.
Lo que sucede aquí es que es muy fácil atacar al débil, molerle las costillas y encima prohibirle que ejerza su derecho a correr los toros por el campo tal y como hemos conocido hasta ahora, alegando aquello de las distancias de «seguridad», como si al virus le importara mucho el que no se corran los toros tal y como pedían grupos animalistas que no ven con buenos ojos la fiesta taurina y desean su fin.
Hace unos meses se echaba la culpa a la hostelería de la propagación del virus y, en consecuencia, se cerraron los locales de ocio pensando que así se evitaba la propagación, o dicho en roman paladino, «muerto el perro, se acabó la rabia«. Pues no. Ni la rabia se acaba y cada vez es mayor el número de contagiados que aumenta exponencialmente. Y lo hace sin haberse celebrado ni un solo encierro por el campo. De manera que correr toros no tiene nada que ver con la propagación del virus.
No autorizar los encierros camperos es un error.
Ahora se llenan estos adefesios la boca diciendo que las vacas contaminan el aire en una muestra más de tonterías y bobadas de quienes no tienen otra cosa que hacer y piden que no se coma carne y nos hagamos todos veganos de lechugas y tomates y plantas, como si un tomate no sufriera cuando el hortelano lo corta de su mata. Lo que sucede es que las modas idiotas de estos tiempos quebrantados hacen creer a la buena gente, repitiéndoselo una y otra vez, que la gran estafa del cambio climático y el uso animal es la panacea de los justos y de las sociedades civilizadas.
Empezábamos con los encierros de toros y al final acabaremos como el Rosario de la Aurora.
Jesus Mª. dice
SI A LOS ENCIERROS CAMPEROS he asistido a muchos en CyL. Creo es momento de manifestarnos en defensa de la cabaña brava.