Más de media plaza se dio cita en Valladolid el día de San Isidro, patrón de labradores y ganaderos, para presenciar la corrida anunciada con toros de Hermanos García Jiménez, justos de presencia, nobles y bravos y uno de Carmen Lorenzo, bravo y encastado, corrido en cuarto lugar como sobrero y sustituto del cojo devuelto a los corrales por la Presidencia de la Plaza ostentada en esta ocasión por Manuel Cabello, asesorado por Cachichi.
La verdad que empezar una crónica como la de la corrida de esta tarde e ir por partes a fin de recordar los mejores momentos de la lidia y del espectáculo presenciado es tarea bastante fácil cuando las cosas suceden como todos esperan, al darse el triunfo de los protagonistas.
Primero el encierro de los Hermanos García Jiménez, varios de cuyos toros lidiados en Valladolid, recibieron el aplauso del respetable, como también lo hizo tras la lidia de «coral» que así se llamaba el sobrero de Carmen Lorenzo, a quien acompañaba su esposo Pedro Moya en el tendido siete de la plaza.
Después el estado de gracia por el que atraviesa el diestro alicantino José María Manzanares, que desorejó por partida doble a los de su lote y que además hizo una suerte a ley, como fue la estocada recibiendo al quinto de la tarde que le tiró patas arriba, partido como se dice en el argot. Dominador en todo momento, mirando en ocasiones a las banderas de la plaza para controlar el viento que soplaba a rachas, a veces demasiado violentas que descubrían el cuerpo ante la embestida del animal con el consiguiente peligro. Serio, entregado, poderoso, con temple increíble pese al viento, sin descomponer en ningún momento la figura ni mostrar contrariedad cuando eolo levantaba la franela.
Y abriendo la corrida el maestro Enrique Ponce que sacó brillo a un «coral» tras írsele al corral por inválido un «renacuajo» de 571 Kilos de peso de la ganadería titular. En mi retina un natural de cartel dado por Ponce a su enemigo entre los sones del pasodoble «suspiros de España», bellamente interpretado por la banda municipal de música de Íscar.
Como complemento el toreo en un palmo de Perera, el quite diferente, a su forma y manera, la acción poderosa, dejando que el cuerno del toro le acariciara los alamares, encelando a la res en su tela y una faena de cierta vibración donde hubo hasta siete pases seguidos sin mover los pies, en una baldosa, y el remate de pecho que produjo que el aplauso de reconocimiento surgiera del tendido con mucha fuerza. Otras dos orejas para el esportón del pacense, lo que le garantizó la salida a hombros de la plaza.
En el encierro de los Hermanos García Jiménez no faltó un «terremoto«, de 520 kilos de peso, por destacar uno de los toros, aunque a mí personalmente me gustó «vagabundo» corrido en tercer lugar y que, mientras lo lidiaba Perera, se nos acercó por allí el mozo de espadas de Ponce el colombiano Franklin Gutiérrez, «cachaco», que nos recordó los 2000 toros que lleva estoqueados Enrique en sus 25 años de oficio de diestro torero y nos espetó por despedida cariñosa: «Señores, sean juiciosos con la lengua«.
Fenomenal por tanto la tarde, redonda para el espectáculo, atrayente al espectador, merecedora de una entrada mayor, pero ya se sabe, que la situación económica de las personas no está en la boyantía ni mana leche y miel como cuando vienen bien dadas, lo que origina que se reduzcan gastos en los bolsillos. Al final del festejo, el airecillo se convirtió en demasiado desapacible como para invitar a recogerse en uno de los sitios de tertulia, al abrigo de viento y al calor de un café.
Todo eso fue lo bueno porque lo malo, la pesadez de Perera con «Zarabando» el urraco que hubiera desorejado y que cerraba la corrida, tras una faena larga. En ella surgieron los momentos bellos a que nos tenía acostumbrados Perera en otros tiempos mejores, con ese toreo espacioso, a cámara lenta, sentido, emotivo y lleno de plasticidad, pero que se pasó de faena lo que le impidió matar bien, pinchando sucesivamente al toro y pasaportándolo al fin con una estocada trasera. A cambio recibió dos avisos de la Presidencia y algunos silbidos de la grada por su desacierto.
Pero los festejos en honor de San Pedro Regalado preparados para la ocasión han tenido variedad y gusto. Torería por arrobas, duende y sentimiento, en especial el protagonizado por un muchacho de Alicante, hijo de un mito de la torería que está encumbrado ya entre la flor y nata de los toreros actuales: José María Manzanares.
Fotos: Antonio Menacho
Ficha de la corrida
Valladolid, 15 de mayo.
Toros de Hermanos García Jiménez, bravos y nobles y uno de Carmen Lorenzo lidiado como sobrero, bravo para
Enrique Ponce, saludos y una oreja.
José María Manzanares, dos orejas y dos orejas.
Miguel Ángel Perera, dos orejas y silencio.
Deja una respuesta