Hasta no hace tanto tiempo, al menos eso parece, uno de los anuncios que más circulaba por los medios de comunicación era el de una marca de coñac: Soberano. De él decía la voz: «Es cosa de hombres«, como si entre las mujeres no hubiera también elementos gustosos de darle al destilado.
Hoy los tiempos, las culturas y las modas han modificado en cierta manera costumbres y hábitos hasta llegar a la proscripción- caso del tabaco-, e incluso la prohibición más ventajista que imaginarse pueda, de tal forma que parece muy mal tener o disponer de consideraciones tildadas como «machistas» y mucho más sangrante el miedo al qué dirán los demás de nuestros comportamientos, opiniones o ideas, calificadas por otros de retrógradas, obsoletas, añejas, desechables. La sociedad es verdad que ha cambiado en sus costumbres, al menos aparentemente, sin embargo, aún se conserva en ella el poso que ha originado cierta evolución en el pensamiento y en la consideración de algunas cosas.
No obstante, la inmutables, las que no deberían cambiar, las tres o cuatro cosas de arraigo es casi imposible modificarlas. Y una de ellas es, tiene que ser, la tauromaquia, mejorada, adobada, arropada, vestida con oropeles que trae el tiempo, pero con el siempre profundo significado de un ser humano que es capaz de generar belleza ante una res brava, jugándose en cada lance la integridad física, la vida con una sonrisa, con agrado y con pasión en cada tarde de toros.
Hubo un tiempo, pues, en que se consideró la tauromaquia como propia de hombres, y cuando mujeres daban el paso para ponerse ellas también en el mismo sitio que el varón, ante un toro bravo, desde los tendidos salían gritos reprochadores cuando menos contra su actuación: «¡A fregar!», ¡»a barrer!» eran los más recurridos, lanzando al ruedo soplillos para tal menester, como queda acreditado en esas imágenes añejas de otro tiempo. Pero con tesón, paciencia, evolución de las cosas y arraigo también por una actividad, algunas de ellas, pocas hasta la fecha, han dado muestras de pundonor y entrada para empujar y derribar las barreras que se han puesto a la mujer torera a lo largo de la historia.
Claros ejemplos, sin remitirnos a Margarita Pagés, a la Reverte o a Conchita Cintrón, ni ir tan lejos, los tenemos ahora con Conchi Ríos y no hace tanto con Cristina Sánchez, lidiando a pie, y con Noelia Mota y Lea Vicens, lidiando a caballo, como explosivas amazonas del rejoneo. En la ilustración con que acompaño este reportaje una chica de Madrid llamada Carmen Sánchez que se presentó al Certamen de tentaderos «Ciudad de los almirantes», realizando un papel muy digno entre la treintena de chicos, compañeros de profesión y novillería, con los que estuvo matriculada. Ella actuó con brillantez en varios de los tentaderos que le tocó actuar, especialmente en aquella mañana fresca y de llovizna en la ganadería de Hermanos García Jiménez.
En fin, concluir este pequeño comentario para decir y destacar que la tauromaquia es de todos y englobando en ese «todos» a los hombres y a las mujeres que aman este arte, se emocionan con él de una u otra forma, lo aprecian, lo mecen, lo apoyan y lo fomentan para que siga la fiesta dándose por todos los pueblos y ciudades de España, en una muestra de luz y color, emoción y riesgo que va innata e incrustada en la raíz más profunda e inmutable de su personalidad. Por eso siempre consideraremos los toros cosa de hombres… y de mujeres.
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