Aquí no hay mentiras. Una corrida de toros es emoción por sí misma y aspecto singular, único para la determinada entrega de unos personajes a ella. Así quedó demostrado una vez más ayer en el Coso de Vistalegre madrileño.
En el juego eterno del hombre con el toro, el riesgo es un aura, soplo, aliento que cobija bajo sus alas etéreas la vida y la muerte de un torero.
Ayer fue el banderillero Juan José Domínguez y el diestro Pablo Aguado quienes pagaron con su sangre la decisión, el arrojo, la vocación que muestran a esos jóvenes que quieren llegar a ser toreros como así lo manifestaban tras una pancarta, nada más romper el paseíllo. La didáctica de los hechos fue la mejor clase práctica que estos chiquillos pudieron recibir ante sus mismos ojos: Esto de ser torero no es ninguna broma, es un sentimiento ligado a la verdad.
Creo que la enseñanza de la corrida de ayer en Vistalegre por san Isidro fue explicada soberbia y singularmente por sus protagonistas: En esta liturgia de la entrega, la capacidad, el oficio por el dominio de una bestia brava componiendo una sinfonía de hermosa armonía con una simple tela, es la prueba más que evidente que este rito está integrado en la existencia de muchos por su verdad increíble.
Fotos: Luis Sánchez OLMEDO/Cultoro
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