Escupir los arpones de las banderillas y la pirámide de la puya, aceros que se clavarán en el lomo duro del toro es una costumbre inveterada y muy arraigada entre quienes tienen a su cargo el oficio de subalterno en esos momentos de la lidia en que por reglamentación les corresponde actuar.
Todos hemos visto cómo, cuando el torero recoge las banderillas, moja levemente los dedos y repasa los arponcillos para, según ellos mismos creen, dar cierta lubricación natural al acerado pico, de forma que una vez producida la reunión o encuentro, entre, penetre y se clave el mismo con mayor facilidad en las carnes del toro.
Echar las babas al artilugio para conseguir un fin como el expresado más parece producto de la costumbre miedosa y de cambiar de alguna forma el estado pasivo, hasta que llega el encuentro con la res, por el activo de ejercer una actividad aunque sea la relatada. De todos modos, como se ve, las cosas tienen siempre y más en el mundo de los toros una explicación razonable, aunque sea liturgia de sacudida del miedo, preparación idónea y obtención del resultado satisfactorio que se busca.
Si además del agua en su mayor parte y de la mucina, esa glicoproteína fundamental que actúa como lubricante, se integran en el mismo escupitajo otros componentes químicos, bien podría, si no obviarse, al menos evitarse de forma tan clara y abierta a los ojos de quien mira la labor. De ahí la acción que, en lugar de rociar con un aceite que hiciera más resbaladizo y penetrante el acero, se utilice este producto natural al alcance de la boca, tal y como se aprecia en la, para algunos algo desagradable pero exacta y real, fotografía.
En cualquier caso, cada vez es más habitual y ahora mismo verlo gracias a las lentes de cámaras que acercan el objeto a retratar o reproducir casi, casi al alcance del ojo. Rara es la retransmisión por televisión donde los escupitajos, esputos asquerosos que los futbolistas echan mientras están jugando un partido de fútbol, no se ofrecen en varias ocasiones al emitir los primeros planos de los futbolistas. Y aquí nadie dice nada ni muestra su rechazo. Incluso hemos llegado a comprobar cómo muchos infantes y jóvenes hacen lo mismo cuando llevan un rato jugando a la pelota, cuestión que se obvia totalmente si el deporte emitido es baloncesto en vez de fútbol, lo que nos viene a demostrar palmariamente que la acción es costumbre incontrolada, más propia del hombre en excitación nerviosa que porque le favorezca en su desarrollo deportivo.
Pero sigamos con nuestros hombres de la tauromaquia, pues es por ellos por quienes tenemos mayor y mejor predilección sin ninguna duda y a quienes respetamos sobremanera.
Si históricamente el salivazo judío, ahora gargajo, fue lanzado con saña y flema contra nada menos que Nuestro Señor Jesucristo, mientras le azotaban y colocaban el manto púrpura, la corona de espinas y la caña del cetro, lo que significaba el mayor desprecio hecho por un hombre a otro, para rechazar y despreciar su obra, no tiene ni comparación con el relato y comentario curioso de hoy, más sencillo, práctico y resolutivo. De esto la iconografía religiosa da muestras abundantes en esos sayones de palo, a quienes el vulgo despreciaba hasta tal punto de taparles la boca con un cigarrillo en los viejos pasos de semana santa.
En fin, el mojar los arpones de banderillas en saliva y escupir en la punta acerada de la puya tiene un sentido práctico, aunque observemos en el caso que nos ocupa que lo espeso y viscoso del fluido más acerca a la responsabilidad y dureza por enfrentarse al toro, echando los miedos afuera, por un lado, que extender el complemento idóneo, la opiorfina, sustancia descubierta por científicos e investigadores, seis veces más potente que la morfina para calmar el dolor, por otro. Para que luego digan.
Foto: José Fermín Rodríguez
luis alvarez dice
cierto cuanto dice. Es el miedo lo que produce esa accion que comenta y que tdoos hemos visto alguna vez