En esto del mundo de los toros hay una figura fundamental en la confección y ejecución de las ferias que no es otro que el empresario taurino. Bien es verdad, como todo en la vida, que aquí los hay de la más diversa índole y consideración. Por aquello que se dice si variedades atraen mejor al gusto o dicho más claro, en la variedad está el gusto, hay un elenco de personas de lo más diferente que dedican su esfuerzo, su propia vida y su pecunio particular a la fiesta de los toros.
Hace pocas horas ha trascendido el contenido de un «desayuno informativo» celebrado en la sala Alcalá de la Plaza de las Ventas en el que personajes muy conocidos han hablado e intentado analizar en sus apreciaciones y con datos objetivos en la mano el estado de la fiesta. El empresario Ramón Valencia dijo que «la situación no es tan trágica. Este discurso se ha dado siempre en la historia, hubo otros momentos con crisis, pero no tan fuerte como la actual, por lo que no toda la culpa la tiene el sector, sino que la situación económica es clave. Debemos mirar al futuro.A nosotros nos gustaría bajar el precio de las entradas un 30%, pero resulta imposible por los gastos que genera una corrida de toros. Creemos que como empresarios debemos tener un mayor control sobre nuestro negocio, hay que cambiar el reglamento, simplificarlo y dejarnos actuar y tomar decisiones». Menos mal que sus apreciaciones no son ni mucho menos las de otros esforzados que se quejan más amargamente y con razón de los costos económicos que supone la organización y celebración de un espectáculo taurino, además de las múltiples dificultades que deben apechar y resolver en cada momento.
Un empresario taurino no es por decirlo de alguna forma ni el dueño, ni se ve con posibilidades de regir totalmente su propio espectáculo, su propio festejo, el que él mismo ha confeccionado, comprometido, y abonado para llevarlo a cabo. Múltiples condicionamientos deben ser atendidos en la plaza: Con el ganado, con los toreros, con las autoridades y políticos de la localidad donde se celebre, con el personal y por último con el tiempo meteorológico y los espectadores, último escalón de la fiesta sin embargo el más importante, pues sin él no tendría sentido el que un hombre arriesgara, dominara y creara belleza ante un toro bravo.
Ya dijo en ese desayuno uno de los letrados aficionados a los toros, Enrique Garza, que «Debemos encontrar los problemas y las causas que nos han llevado a este mal momento por el que pasa La Fiesta».
Hasta aquí la exposición de motivos.
Pero ¿alguien se ha parado a pensar en los pequeñitos empresarios, esos que van dando festejos menores del tipo festival o las pocas novilladas sin picadores con que ilustran al personal de una población en la Tauromaquia, arriesgando el trabajo y el dinero, gestionando lo mejor que saben y pueden y superando las múltiples dificultades de papelería, permisos y autorizaciones diversas que más son cortapisas para cercenar su ilusión y acabar con el mercadillo?. Estos pequeños empresarios que todavía se sienten orgullosos de cuanto hacen por la fiesta, fomentándola a su manera, respetándola y poniendo de su parte mucho más en ocasiones de lo que reciben son los que a buen seguro podrán salvar la cuestión. Ningún grande va a mancharse en el camino con el polvillo de una plaza portátil en un pueblecito de mala muerte, pero que tiene el mismo derecho a disponer de la fiesta de toros como sus vecinos deseen y quieran. Esos empresarios pequeños, llenos de fe en lo que hacen y que aspiran a mejorar en sus condicionamientos son también a los que hay que preguntar, escuchar atentamente e interesarse por su visión del estado de la fiesta y sus soluciones. A buen seguro que ellos tienen la mejor respuesta.
A ver si va a resultar cierto el dicho que un pelotón de soldados será quien salve la civilización.
Foto: José Fermín Rodríguez
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