«Jumillano», torero grande que unió para siempre el toreo de Salamanca, México y Valladolid.

Anda corriendo el libro de Paco Cañamero, «Tauromaquias de Castilla» por círculos y sociedades de aficionados que devoran con delectación las líneas dedicadas a los grandes toreros de Castilla y León en el pasado siglo XX. Tal es así que, hoy por ejemplo, junto a un viejo torero madrileño, Carlos Escolar «Frascuelo», muy relacionado con Tordesillas en sus tiempos de principios en el arte de Cúchares, cerrará las jornadas en Montemayor de Pililla.

En ese documentado manual, hecho con el cariño y la solera que caracteriza a la gente de la charrería aparece el torero Emilio Ortuño en unas líneas enjundiosas y esclarecedoras de su pasado desde que vio la luz de la vida en San Miguel de Valero y fue recibido en la casa de Isidro Ortuño y Josefina Duplaix hasta completar su carrera como persona y como torero que fue muy intensa, breve, y que a nadie dejó indiferente. Inseparable de Pedrés con quien compartió cartel en tantas tardes de toros, su alternativa en Barcelona el día de San Lorenzo de manos de Parrita y con Rafael Ortega de testigo, representa el ingreso en lo alto de la grandeza del toreo hasta hacer decir a muchos: «¡Qué bien torea Jumillano!».

Jumillano es el propietario actual de la Plaza de toros de Valladolid.

Hoy surgen los homenajes a los toreros de ayer: A Santiago Martín el Viti, en Salamanca.  A la memoria de Marcos de Celis en Palencia. A Manolo Blázquez, en Medina del Campo y por qué no a Emilio Ortuño «Jumillano» en Valladolid, su tierra de adopción. Su vida también ha quedado plasmada en unas emocionantes líneas.