Se celebró la primera de las corridas de toros anunciadas en Valdemorillo con un tiempo excepcional en cuanto a meteorología se refiere, pues acostumbrados al frío seco serrano, una bocanada de calor nos recibió nada más bajar del coche con el que nos desplazamos a la ciudad de las tres chimeneas para presenciar la programada con reses de Peñajara para Robleño, Fandiño y Alberto Aguilar.
Antes de nada decir que el quinto de la tarde, por aquello de no hay quinto malo, el mejor del encierro de la noble pero descastadita corrida de Peñajara, fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre, tras la lidia y el volapié que le instrumentó Fandiño. El pañuelo azul fue asomado en el balconcillo por la mano generosa del Presidente de la corrida sin ton ni son, sin pedirlo ni demandarlo, tal como aquel que dice: ¡Ahí va la cosa! y premió al toro, un buen toro sin ninguna duda con poca fuerza, pero no merecedor de la vuelta al ruedo que, además se produjo desgraciadamente entre la chifla generosa del personal, para desgracia del ganadero de Peñajara.
Abrió plaza el pequeño en estatura pero grande de corazón y sentimiento Fernando Robleño, entregado, con ganas y proclive al arrimón, como hace cada tarde. Y se vio premiado con la oreja del primero de su lote, un noblote animal de la ganadería titular que derrotó en el burladero de cuadrillas con cierta codicia. En el cuarto ni quiso salir al tercio a recoger los aplausos cariñosos del público, saludando con la montera desde el callejón visiblemente contrariado porque no supo con los aceros acabar lo que había resultado bastante meritorio para un comienzo de temporada, con el rodaje justo.
Iván Fandiño dio cuenta en primer lugar de un pavo de Javier Gallego, cinqueño largo, largo, que hubiera celebrado su sexto cumpleaños en marzo sin llegar a lidiarse por aquello de la reglamentación vigente en la Comunidad de Madrid y que no pudo completar al fallar estrepitosamente con el acero, y que sustituyó a uno del encierro de Peñajara que se rompió un pitón al desembarcarlo por la mañana. Descabello tras descabello hasta que a la cuarta fue la vencida, logrando enviar al desolladero al animal.
Y luego salió el quinto de la tarde, un toro noble, justito de fuerzas, pero entregado a la muleta del matador. Realizó lo mejorcito de la tarde especialmente con la mano izquierda en dos series y otras dos muy jaleadas por el público con la derecha, entregado, con verdad, sentimiento y profesionalidad. Marcando el movimiento de la res, apoyando la cadera y gestando los pases con una singular belleza que reconoció el público pidiéndole la oreja que le fue concedida por el presidente. Y no recibió las dos, pues en su intentó de atronar al animal, precisó de un par de golpes de verduguillo para lograrlo. Y eso que le recetó una buena estocada, un pelín desprendida, que acusó el animal, pero que se amorcilló en el tercio sin llegar a tablas, sosteniéndose en lo inverosímil como un equilibrista sonado, abriendo las pezuñas y aferrándose al aire de la vida que se escapaba a borbotones. Una oreja y petición leve de la otra y a disfrutar con la aclamada vuelta al ruedo.
Completaba la terna Alberto Aguilar que también es torero de ganas y entrega. Lástima que al tercero de la tarde un pavo mal lidiado, mal picado y peor banderilleado, le hizo una faena valiente, pisando el terreno del toro, hasta tal punto que en un alargamiento del cuello, el toro se echó a los lomos al diestro, volteándole y dándole un varetazo a la altura del muslo de la pierna izquierda, desgarrándole el traje y temiendo los espectadores mayor daño en el matador. Sergio se levantó y sin mirarse siguió a lo suyo, diciendo a todos que él es torero por los cuatro costados. Fue aplaudido tras el arrastre del animal porque no acertó con los aceros y algo parecido con el sexto de la tarde. Muy entregado, con torería a raudales pero fallando a espadas.
En fin, entretenida y muy amena, además de concurrida, la tarde de Valdemorillo en la que Tomás Entero sigue fomentando la afición de una sierra madrileña que atrae el interés informativo todos los años cuando llega San Blas, la Candelaria y Santa Águeda.
Ah! Y para que conste. Hay que visitar la exposición de óleos y dibujos taurinos de Roberto Guilmain en el Museo taurino de la Plaza de toros La Candelaria con la denominación de «Chicuelinas y naturales» y las más sinceras gracias a Judith Puertas por la amabilidad y atención que siempre demuestra para con nuestra Federación.
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