Verdad es el dicho de “donde menos se piensa salta la liebre”. Y así se lo cuento, tal y como sucedió en la corrida del martes celebrada en la plaza de Santander, con lleno sin apreturas en los tendidos, cuando un torero que apenas ha tenido oportunidad de demostrar su valor y arte por aquello del sota, caballo y rey empresarial y del público aficionado, el estellés Francisco Marco consiguió salir a hombros al cortar dos orejas a los ejemplares de El Puerto de San Lorenzo que le tocaron en suerte, un tal “argerón”, de embestida atragantada y cobardona que llevó al hospital al banderillero José Luis González, achuchado y empitonado junto al burladero de salida en la pantorrilla izquierda y un cual “pitinesco”, con el que destapó la valía de su toreo. Marco llegó a los tendidos, se entregó en ambas faenas, derrochó valor a raudales, estuvo a punto de caramelo de pitón de toro, pero salió indemne, gloriosamente triunfante por la puerta grande del coso de Cuatro caminos, tras acabar la corrida. Se puso a revientacalderas en su segundo, máxime después de ver el querer y no poder del maestro Enrique Ponce que abrió cartel y festejo y pasó por Santander, intentándolo, pero sin despeinarse tan siquiera.
Pero vamos con el pequeño, grande en esta ocasión, Francisco Marco que brindó uno de sus toros al fotógrafo Cano, pues de él es prácticamente todo el mérito desarrollado hoy por los toreros, salvo una puesta en escena del monsieur francés Sebastián Castella, siempre en su sitio, sin miedo y sin arrugar el tipo en ningún momento ante un mansote y un noble, los dos atanasios de Lorenzo Fraile que le correspondieron.
Marco tiene pocos contratos y hoy dejó bien claro que está en la nómina de matadores de toros por algo. Demostró a su público santanderino que le tributó sonoros y cálidos aplausos por su esfuerzo su actual estado de forma en plenitud de facultades y poco más… Si hubiera que ponerle un pero éste sería la estocada algo desprendida, de esas que van al rincón, en el segundo de su lote, y la suministrada al encuentro con tino, en el que le correspondió lidiar primero.
Sebastián Castella obtuvo una merecida oreja y fuerte petición de la segunda en el que cerraba plaza. Un toro duro, bravo y complicado, al que Castella quitó las querencias, se fajó con él y le instrumentó una faena de poderío y buen hacer. Tras darle la estocada hasta la bola al “carretillo” que cerraba festejo, el personal agitó sus pañuelos al aire pidiendo los máximos trofeos, pero el Presidente Ramón Delgado se mantuvo duro y dijo que nones. De ahí la bronca que se llevó el usía al acabar el diestro francés de recorrer el anillo con la oreja ganada.
Y de Enrique Ponce, director de lidia, que tuvo la contrariedad de ver cómo su primer toro, “velosino” era devuelto a los corrales por aparecer con la vaina de uno de los pitones desprendida y colgando y manifiesta falta de fuerza en los cuartos traseros. No le había hecho ascos al toro el diestro de Chivas y cuando se anunció la suelta del sobrero también de la ganadería titular, el lío preparado entre barreras, callejón y autoridad fue mayúsculo. De manera que el toro lidiado fue un colorado feote y cornalón de Ortigao Costa . La estocada fue de las que hacen época por lo mal hecha que estuvo la suerte, saliéndose de la misma feamente, pero alcanzando a herir al toraco y mandarle al desolladero. Con su segundo intentó enmendar la plana y tan solo una serie, en terrenos de toriles, allá donde el toro tenía la querencia, fue ovacionada. Lo demás nasti de plasti. Ni tan siquiera logró la estocada, pinchando un par de veces, después media y por último con un golpe de descabello despenó al animal.
¡Qué lástima Enrique, con lo profesional y buen torero que es!. Pero hoy en Santander abúlico, apático, sin sudar la camiseta y sin enseñar su bello y armonioso toreo, ni se despeinó. Ponce fue una sombra de lo que ha sido y es todavía.
Resumiento, bostezos y cierto aburrimiento en la primera parte de la corrida que mejoró en sus dos últimos toros gracias al ánimo, el valor y las ganas de un torero norteño, de Navarra, doctorado como matador cuando acababa el siglo en esta misma plaza por Curro Romero, llamado Francisco Marco y la compañía en mérito valeroso del francés Sebastián Castella.
Ficha de la corrida:
Toros del Puerto de San Lorenzo, mansotes y deslucidos tres de ellos; dos enrazados y bravos y uno de Ortigao Costa, corrido en sustitución del que abrió plaza, basto, flojo y sin clase.
Enrique Ponce, silencio y aplausos.
Francisco Marco, oreja y oreja.
Sebastián Castella, ovación y saludos y oreja.
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