A las mismas puertas del comienzo de la Feria de Santander, la del Norte, aquella que promocionaron hasta el extremo de abarrotar todas las localidades del coqueto y antiguo coso de Cuatrocaminos, surgen unas reflexiones en torno a la ausencia práctica y total de espectáculos taurinos reglados, profesionalizados, destinados a novilleros y matadores de toros con el carnet profesional en muchos pueblos en donde hasta hace bien poco eran habituales.
El primer ejemplo a tratar y traer a colación es Medina del Campo. Medina, cuna de buenos toreros y extraordinaria afición ha languidecido, prácticamente ha dejado de existir en una feria antes plena de interés y seguimiento y un coso del Arrabal, amplio y hermoseado, que nunca se llenaba de grande que era, decían; pero es que ahora ni se da un solo espectáculo taurino en él durante las fiestas patronales.
La última corrida de toros presenciada en Medina del Campo en su feria de San Antolín, un extraordinario acontecimiento al que asistí, con seis toros, bravos y nobles, cuajados, lustrosos, de irreprochable presentación de la ganadería de Sobral, lidiada por Eugenio de Mora, Robleño y El Capea fue vista en los tendidos por no más de 300 personas, contando al medio centenar del callejón. Una ruina empresarial total y absoluta.
Unos echan la culpa a las excesivas jornadas taurinas de talanqueras, capeas populares y encierros, por la mañana, la tarde y la noche, que sin cobrar entrada hacen que luego a la hora de adquirir el boleto para la corrida o la novillada se contenga la generosidad de los aficionados. Otros al elevado precio de las entradas y a la falta de «caché» o tirón entre los anunciados. El caso es que, por una lado, los Ayuntamientos quieren fiestas de toros, si las programan, buenas, bonitas y baratas y por el otro, la empresa adjudicataria que busca en su cuenta de resultados mejoras y no pérdidas.
Otro ejemplo es Tordesillas, una Villa que en sus fiestas de la Peña siempre ha dado festejos reglados, bien como corrida de rejones, de toros o novilladas con picadores e incluso algún festival cuando los emolumentos no llegaban para más. Y que este año ha desistido totalmente de programar cualquier festejo taurino con profesionales. Quizás pensando, como el soldado que no comía el rancho por joder al capitán, en una absurda decisión, impropia de cualquier población con tradición taurina.
El caso es que estas poblaciones que tenían sus festejos reglados en el mes de septiembre han claudicado de ellos en un alarde insensato de acabar con la Tauromaquia de luces, de montera, tal vez sin meditar suficientemente que ese final entrará e influirá también en los otros, en los populares, aunque se haga una mofa de gran prix para soltar las risas flojas entre participantes espontáneos.
Los toros tienen un componente profesional inequívoco que es el de quienes están litúrgicamente investidos como matadores. Si a ellos se les elimina de los carteles, no es de extrañar que la desaparición de la Fiesta se lleva a efecto, no por las presiones antitaurinas y animalistas que también, sino y lo que es más importante por la inacción y falta de compromiso de los taurinos.
No extraña pues, la amargura personificada en toreros que no torean ni se les incluye para torear algún festejo, mientras se han estado preparando a conciencia y tienen acreditada su absoluta disposición para intervenir con la dignidad, profesionalidad y torería que se demanda: Ahí está el caso del vallisoletano Joselillo o el del zamorano Alberto Durán y el de tantos y tantos a los que solo les queda la esperanza de que suene alguna vez el teléfono para acudir a torear a una plaza. La tarta cada vez es más pequeña y solo comen de ella unos pocos. Los demás a mirar y a verlas venir y lo que es peor a languidecer y envejecer, perdiendo la fe en lo que tanto creyeron.
Foto: José FERMÍN Rodríguez
limeño dice
tambien puede ser, que los profesionales del toro no defienden ni dan la cara por la tauromaquia popular.