El dolor de un torero que superó esta tarde con evidente pundonor, le produjo un peor resultado, al mostrar en su vergüenza torera la decisión de entrar a matar de nuevo al ejemplar de la ganadería El Tajo y de nombre «musulmán», que hirió por tres veces al joven diestro, hambriento de contratos y actuaciones a cuentagotas en este difícil día a día en que debe, como el resto de sus compañeros, salir a revienta calderas cada tarde. Este casi cinqueño le había ya enganchado por la pierna izquierda y volteado cuando acababa prácticamente la faena. Con el puntazo marcado, Caballero ni se inmutó y siguió a lo suyo colocando al toro para la suerte suprema. La plaza ahogó el grito al comprobar el tiempo y la mala manera en que el diestro fue volteado. Llevado a la enfermería en volandas por sus compañeros, a la misma puerta se quitó la chaquetilla y salió entre la emoción y los aplausos al coso para terminar con la estocada. Perfilado en la suerte, entró con decisión, pero el toro alargando el pescuezo se lo echó a los lomos, dándole la cornada en el muslo. Terrible angustia y terribles momentos los vividos en esta tercera vez, al comprobar él mismo que el cuerno del toro había hecho presa y cala en su muslo.
Al hule de la enfermería y a las manos samaritanas del cirujano de la plaza Daniel Casanova y su equipo para recomponer y restañar la herida.
Juan Bautista como director de lidia descabelló al toro, enviándolo al desolladero.
Y vamos a contar la actuación elegante y señorial de dos toreros que dieron muestra y enseñanza de elegancia con una muleta en la mano, poderío y temple: Juan Bautista, el francés, y David Mora, suave y cuajado torero español, merecedor de un premio en el segundo de la tarde que no fue concedido por una presidencia cicatera que no midió con el mismo rasero la actuación bella, asentada y con elegancia del madrileño. En el segundo de su lote chocó con la sosería del toro, un flojo y noble ejemplar de El Tajo. en esta ocasión no se cumplió el dicho de no haber quinto malo.
David Mora dio una ovacionada vuelta al ruedo y los espectadores, pocos, silbaron al Presidente cuando acabó la misma, recriminándole y con razón su falta de equidad para dar justamente a cada uno lo suyo.
Juan Bautista abrió plaza ante un melocotón de estampas viejas. Le hizo, mientras le aguantó el fuelle al morlaco una faena muy digna y aseada, pero luego el acero del verduguillo tuvo que ser utilizado más veces de la cuenta, silenciándose su labor. Y salió «pocosol», algo así como estaba la tarde, plomiza, sesteante y emocional tras la cogida de Gonzalo Caballero. y Juan Bautista mostró el temple que atesora en sus manos. Torería y gracia por arrobas, sentido de la distancia, y una entera en la suerte de recibir que completó con un golpe de descabello y esta vez el tendido se pobló de pañuelos para premiar su labor, petición traducida a una oreja. Y luego, cerrando festejo, con la propina del sexto por cogida de su compañero, se enfrentó a «alabastro» , un castaño bravo, conformando de nuevo una sinfonía de buen hacer con ambas manos, citando por ambos pitones de frente, sin trampa ni cartón, exigiéndose y ligando un par de series hermosísimas, rematando con el pase de pecho. Tan bien y profundo había toreado que la plaza hizo un silencio casi absoluto cuando montó el estoque y se tiró a matar al encuentro, consiguiendo una estocada entera algo caída, pero suficiente para atronar al ejemplar y de nuevo la oreja para el esportón del francés, consiguiendo abrir la puerta grande del coso de cuatro caminos, con todo merecimiento.
En esta corrida vista por tres cuartos de plaza, holgados, se ha comprobado la virtud y el arte de torear en dos diestros completos y en plena madurez, David Mora y Juan Bautista y un joven torero que regó con su sangre la arena negra de Santander, Gonzalo Caballero.
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