Nadie podrá decir que hoy no ha habido torería en el coso del paseo Zorrilla en la tercera de la feria. Torería, voluntad y oficio tres características desplegadas hoy por los toreros, bamboleando sus figuras ante los toros de Carlos y Loreto Charro, nobles, bien presentados, con menos fuerza de la aparentada y uno de Yerbabuena, castaño, corrido en quinto lugar, muy brusco y algo flojito, al que la clase del torero César Jiménez hizo embestir y aparentar más de lo que en realidad era. Todas las reses recibieron un solo puyazo, pidiendo sus matadores el cambio de tercio ante las flojas embestidas.
La plaza registró algo menos de media entrada, poco más de un tercio del aforo, calculando a ojo de buen cubero y con la experiencia que da el tiempo de ver vacíos más tendidos de los que sería menester ver llenos para satisfacción de quien se encarga de organizar los festejos. Pero las cosas son como son y el público, pese a la tarde excepcional de climatología con sol y ausencia de viento, no quiso llenar los tendidos del viejo coso vallisoletano. Ellos se lo perdieron.
Arrancó el paseíllo a los sones de la Banda de Música de Íscar, sabiamente dirigida por la batuta del maestro José Luis Gutiérrez y por delante de cuadrillas, arrastre, mozos y areneros tres toreros de arte y enjundia: David Luguillano; César Jiménez y Daniel Luque. Esta vez, para seguir el orden de lidia empezaremos por el torero más viejo y acabaremos por el trabajo artístico y plástico desarrollado por el más joven.
Abrió plaza Luguillano, el hijo de Clemente Castro, con un terno catafalco y oro; otros más perifrásticos en la apreciación dicen «sotana y oro» y yo, para entendernos, negro y oro. Brindó Luguillano su primer enemigo al doctor Pepe Rabadán, esta vez no por asuntos taurinos, sino por el trabajo y la atención dada a su padre Clemente cuando cayó en el lecho del dolor a causa de su maltrecho riñón. Le vimos contento a Lugui y queriendo agradar a la concurrencia que le aplaudió en todas y cada una de sus series con la muleta o, previamente, cuando citó a la vieja usanza, lanzando la montera al toro para provocar su arrancada. Tras lograr una estocada algo delantera, la presidencia representada en esta ocasión por Félix Feliz, asesorado por Cachichi, le otorgó una oreja. Donde le vi mejor a Luguillano, extraordinariamente bien, fue ante su segundo de la tarde, un toro de Loreto Charro, de nombre «huracán» en una serie ligada con la mano derecha. Y así aunque a este torero, a quien apreciamos, le falle en ocasiones el corazón, cuando está entregado y gustándose, practica un toreo muy bello, artístico y de gusto. Pero con la espada estuvo hecho una calamidad: Un pinchazo sin soltar, una estocada delantera que escupió el toro y varios golpes de descabello fue el bagaje precisado para echar patas arriba al ejemplar de Charro que fue aplaudido en el arrastre.
César Jiménez, otro torero de gusto, pese a las dificultades físicas que arrastra en su pierna, cortó una oreja al «barbafina«, tras una media en el sitio y fue ovacionado con fuerza, saludando desde el tercio, en el segundo de su lote. Jiménez es un hombre que resuelve con parsimonia y tranquilidad hasta las dificultades que le pueden plantear los toros. Torería a raudales la tenida por este diestro, capaz de enseñar a un toro a embestir, tal y como hizo con el quinto de la tarde, un «indeciso» de la ganadería de Yerbabuena que remendó el encierro de esta tarde. Hubo momentos engarzados en una belleza atrayente, significativa y jaleada por el público, a los sones de la música que lanza al aire las notas con una armonía merecedora de ovación. No pudo abrir la puerta grande porque no cuajó en totalidad la faena, pero César Jiménez es un torero que templa con hermosura y grande sin duda alguna.
Y llegó Daniel, el sevillano que honra a quien estuvo en el foso de los leones con su nombre. Daniel Luque demostró la torería por arrobas en todos los momentos de sus toros. A ambos les cortó dos orejas, con lo que la puerta grande de la Plaza se abrió de par en par para sacar en andas a este pedazo de torero que ha sido capaz de parar, templar y mandar a las reses de Carlos y de Loreto Charro, que fueron aplaudidas con fuerza en el arrastre. Y además consiguiendo dos señoras estocadas realizando en la verdad la suerte, marcando los tiempos, tirándose arriba y a ley y metiendo el acero hasta los gavilanes. El público pidió con fuerza los trofeos para el joven torero que le fueron concedidos por partida doble.
Luque ni se enmendó en uno de los achuchones, cuando toreaba con el capote, del «dulcero» que estuvo muy bien lidiado por Mariano de la Viña, su peón de confianza y por supuesto él fenomenal, yendo a más la faena, en el sexto de la tarde que se llamaba «mirabajo» y donde Luque se encontró relajado, sentido, señero, poderoso, en torero siempre. Adornos y el estoconazo final acabaron con la vida de su enemigo y los tendidos se poblaron de pañuelos, pidiendo los trofeos para el diestro que le fueron otorgados otra vez por partida doble.
En resumen una entretenida corrida de toros, con un Luque en estado de gracia, en la que también sobresalió por su brega el peón de la Nava del Rey Jesús González «Suso», gotas de torería de Luguillano y la gracia y el empaque de César Jiménez.
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