No, pero un toro sí. Y qué vuelo con revuelo ocasionado el del toro mejicano “pajarito” archifamoso ya por su espectacular salto en la plaza de México. Puede observarse con detalle las caras de los espectadores que asisten y ven cómo se les viene encima un avecilla de 500 kilos más o menos y que con un solo huevo descalabraría al más pintado. Además los dos pitones que van a clavar, sin duda alguna, al más cercano, al que se cree más a salvo o a quien no presta atención al lance. Fíjese el lector en el ayuda que está parapetado en el callejón a la derecha de la imagen con qué beatífica y burlona sonrisa observa el vuelo aleteado del pájaro en cuestión que va a caer presumiblemente, como así fue, en el interior del tendido, formándose una marimorena, revoltijo y desbarajuste entre la gente de tente y no te menees como obviamente puede entenderse al ver el lance.
Es un auténtico atleta el toro en general, pese a estar en ocasiones engordado para mejor lucimiento y el ejemplo que hoy ponemos es para que sirva de recuerdo a cuantos nos movemos, asistimos o presenciamos los toros desde el callejón, bien por el oficio, bien por la actividad o bien porque es donde nos coloca la empresa organizadora del festejo.
El callejón de la plaza sirve para dar servicio, utilizarlo profesionalmente y servirse de él para estar más cerca de los diestros que andan por el ruedo con el cometido y quehacer de la lidia.
Es verdad que en ocasiones hay más personal del debido en los callejones de la plaza; al menos así se ve en ocasiones desde el tendido. Pero para esa función de control ya están los servicios correspondientes que, al frente de un jefe de callejón y el auxilio de seguridad y policía, es suficiente para mantener el orden requerido, al menos en las plazas de cierta categoría contrastada.
Recuerdo que a los chicos pequeños, cuando íbamos a la escuela, de vez en cuando los más mayores y garzones del grupo nos decían señalando con el dedo al cielo: Mirad,¡ un buey volando!. Y casi todos, inocentes de nosotros, mirábamos a lo alto para comprobar la veracidad del dicho, aunque el peso del changarro hacía bien difícil la levitación de su cuerpo. Bien es verdad que siempre había algún tonto que miraba al dedo que señalaba la luna. Y todo entre la chifla y cuchufletas del engañabobos.
Aquí en esta fotografía sí que puede verse no ya un buey volando sino todo un toraco de lidia surcando el éter como piloto imaginario de aviación o mejor dicho, como el mismo avión a reacción sin tripulante alguno a los mandos para aterrizar mansamente entre los cuerpos de los absortos e incrédulos espectadores que ven venir al toro saltarín sobre su humanidad para darles un abrazo, un achuchón de infarto.
En fin. Quiera Dios que no veamos nunca eso en directo, ni por asomo, aunque pensamos en ello más de la cuenta y de una vez, cuando nos cobijamos en el burladero del callejón de una plaza de toros a presenciar cualquier festejo, porque el susto sería morrocotudo, pasmoso, colosal, de los que hacen época.
Foto: Juan Carlos Marcos/Blog Madrid I+D
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