Otra vez ayer en Sevilla el holandés ese de los cojones reclamado por un Juzgado corriendo por el albero de la Maestranza tras la muerte del primer toro con una pintada en la espalda y el pecho lobo depilado y subvencionado. Se ve que la autoridad y el respeto a los demás este individuo se los pasa por el arco del triunfo, con las risas y aclamaciones de sus congéneres animalistas y abolicionistas exhibiendo un desorden temerario como si fuera protagonista permanente de una buena acción solidaria, curiosamente humanista o rabiosamente animal. Como dice Calamaro, «sin embargo, desnuda un bestialismo intolerante, una profunda pereza intelectual y un peligroso desapego por la sensibilidad correcta, por la vida satisfactoria y la natural tolerancia que impone la convivencia».
Pues ayer, otra vez y ya van qué se yo las veces y los momentos de carrera destapada, alocada e inútil contra la fiesta de toros, este elemento holandés afincado en España que se pega la vida padre a costa de sus subvenciones por malmeterse con los taurinos sigue ofreciendo a los espectadores el esperpento de los tontos, lo que movió a la Fundación del toro de lidia a querellarse contra él por sus saltos continuos al ruedo. Y volvió a seguir apareciendo por cosos de España, México e incluso Colombia.
Ofrece este personaje la ración de libertinaje sin que ni se le tiente el pellejo, obstruyendo la función taurina, incomodando, coaccionando, sabedor que nadie va a tocarle un pelo porque los taurinos en su código de educación y respeto son catedráticos de la vieja escuela de la moral y buenas costumbres y se lo toman a broma.
Esto es lo que pasa cuando solo una parte respeta la ley y la guarda, otros la conculcan y pisotean y ni una reconvención patriarcal por ningún lado. Y así van pasando los años y los días.
Pero el listo este no se tira nunca de salida, cuando sueltan al toro, un Victorino por ejemplo, a tocarle la testuz, darle las buenas tardes y rascarle los rizos entre los cuernos como San Francisco al lobo de Gubia, y ver cómo se amansa el hermano toro oliendo su tulipán marchito.
¡Qué sopapo merecemos!, igual que Janssen.
Foto: El Español/Archivo y Juan Carlos Vázquez
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