Echó a andar el reloj taurino de Valdemorillo con el triunfo de Antonio Gaspar «Paulita», por una faena más de arrojo y decisión que de pinturería y pose ante un bravo ejemplar de Monte la Ermita, corrido en quinto lugar, en el dicho traído a veces por los pelos de «no hay quinto malo». Una oreja cortó en el que abría plaza Manuel Jesús El Cid, al más escurrido del encierro, todo él muy bien presentado, irreprochable, que se lidió esta tarde en la Candelaria. En tanto Iván Fandiño se fue al hotel deprisa, haciendo fú como el gato, tras dos anodinas y tristes faenas a un bronco toro de hechuras y peso corrido en tercer lugar, mansote y duro que le dio un susto al entrar a matar, y al que cerraba plaza, de algo mejor condición y embestida, ante el que solo las manoletinas finales tuvieron algo de chicha.
En la previa de la corrida se dieron cita los aficionados en la antesala de la puerta grande de la Candelaria para homenajear a Víctor Barrio, el malogrado diestro segoviano que tantas tardes de triunfo y alegría dio a esta parroquia del pueblo madrileño de las tres chimeneas, cimentando en triunfos y éxitos sus intervenciones tanto como novillero como siendo matador de toros. Así ha quedado acreditado en la leyenda del azulejo que el Ayuntamiento de Valdemorillo ha colocado en el recinto de la plaza para memoria y homenaje hacia el diestro de Segovia. Gema González, la alcaldesa pronunció unas palabras, escuchadas por el padre y la hermana del diestro, que fueron quienes descorrieron entre los aplausos del público la cortinilla de inauguración.
Luego, todos a los toros. En esta ocasión el paseíllo ha guardado un minuto de silencio en memoria de Pedro Saavedra, un taurino de Valdemorillo que siempre estuvo en la vanguardia del apoderamiento de la carrera de, entre otros diestros, José Pedro Prados ‘El Fundi’ y de su hijo Julio Pedro Saavedra. Un respetuoso minuto de silencio seguido por los espectadores que casi en sus tres cuartos de aforo asistieron a la corrida con un callejón en hora punta de «no hay billetes».
De los seis toros lidiados esta tarde, lloviendo a cántaros fuera, y a cobijo del sagrado tejado, cubierta y calefacción de la plaza dentro, los espectadores hemos tenido un nuevo encuentro con la Fiesta de toros, pero que se fue río abajo por la pareja del Perales y el Aulencia que riegan la tierra de Valdemorillo, solo dos llevaron los pocos momentos de empaque, torería, firmeza y entrega vistos por la terna en donde Joselito Ruz bregó muy bien ante el quinto y Juan Contreras puso dos buenos pares de banderillas, saludando a la concurrencia como en el anterior lo hizo Curro Robles. El chispazo inicial del Cid ante el primero de la tarde, el más terciado del sexteto de Monte la Ermita, al que cortó una oreja por la técnica y clase que atesora el de Salteras, con un par de series con la mano izquierda, largas y buenas, gustándose ante el bravo animal que abrió plaza aunque silbado en algunos momentos por la flojera demostrada. Como en la muleta se vino arriba, las lanzas se volvieron cañas y el personal aplaudió al toro en el arrastre, cuando las mulillas lo llevaban al desolladero.
Ante el segundo de su lote, el Cid mostró su extraordinaria facultad, pero el cuajado toro dio la de arena al resultar manso, con fuerza escasa y además desarrollando cierto sentido. Pinchazo, estocada y golpe de descabello acabó con la vida del animal mientras el público con sus aplausos le hizo salir a saludar y recoger la ovación desde el tercio.
Paulita que se llama Antonio Gaspar Galindo es un torero aragonés al que hemos visto varios años empezar la temporada en Valdemorillo y la verdad es que el hombre no ha defraudado a nadie. Hambriento de contratos, con ganas de agradar a su gente consiguió cortar dos orejas al mejor del encierro de esta tarde por una faena que empezó con cierta prevención pero que ante la embestida franca, brava y noble del ejemplar, hizo que los mejores y emocionales momentos del festejo estuvieran en sus muñecas, especialmente la derecha pues con ella logró los jaleados pases de la tarde. Subieron de tono los decibelios del sonido en el cerrado coso de la Candelaria, mientras la banda de música arrancaba con el pasodoble «Amparito Roca». Paulita estuvo porfiado ante sus dos enemigos. Valiente con el segundo que echaba la cara arriba en cada pase y daba el derrote del que había que cuidarse. Intentó el aragonés sacar leche de un botijo, pero con agua poco clara y nada fresca. Una estocada entera y tendida le hicieron acreedor de la división de opiniones, mientras que ante su segundo por otra tendida y caída le concedieron las dos orejas.
Iván Fandiño que tuvo un susto al entrar a matar al primero de su lote un toro reservón con la cara alta, de poca fuerza y pitado en el arrastre, creyendo que había sido clavado en el bajo vientre, aunque todo quedó en un susto y un puntazo que le permitieron continuar la lidia. El momento fue duro pues hubo un instante en que quedó en el aire como muñeco de trapo, alcanzado por media tonelada de toro, bien armado y con las defensas como alfileres. El de Orduña pese al golpetazo se repuso y recetó a la res una estocada entera y caída, recibiendo un recado en forma de aviso. Fandiño salió a por todas, queriendo pero no pudiendo ante el que cerraba plaza que brindó al padre de Víctor Barrio. Sus deslavazados muletazos, con escaso temple ni hondura en la decisión, a la que nos habíamos acostumbrado no tuvieron ni eco ni transmisión para los espectadores. Ello originó que además perdiera la intensidad, el afán por el triunfo y el riesgo, la medida de su capacidad como torero, dando treinta muletazos sin sustancia. Su faena, salvo las últimas manoletinas antes de clavar el estoque y mandar al desolladero al de Monte la Ermita, fue insulsa y descafeinada. Al acabar el festejo, visiblemente contrariado, Fandiño abandonó la plaza.
Y al salir por el monumental Escorial en una noche lluviosa y triste, el recuerdo de un torero de Segovia homenajeado en Valdemorillo nos sigue hablando, pese a todo, de esperanza para la fiesta de toros.
REPORTAJE GRÁFICO: José FERMÍN Rodríguez.
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