El torero peruano Andrés Roca Rey ha puesto la Plaza de Bilbao a revienta calderas con su actitud, su colosal forma de ofrecer su vida por el toreo, sin trampa ni cartón, dolorido, lesionado e infiltrado tras la cogida y golpetazos recibidos por el tercero de la tarde y sobreponiéndose al dolor salir a matar desde la misma mesa de la enfermería el que cerraba festejo y corrida.
Lo de este torero es increíble, colosal, grandioso, magnífico. De tal forma que no hay adjetivos para determinar el ofrecimiento de su propia vida en la cenicienta arena bilbaína y lo hecho, magullado y dolorido, al toro de Victoriano del Río.
He seguido la corrida por televisión y el impacto de un espectador, al final, llorando de emoción incontenida por lo visto y hecho por el torero peruano, me ha llegado al sentimiento. La verdad es que eso es el toreo: Emoción y riesgo sin calcular para someter la embestida de un toro bravo.
Andrés Roca Rey lo vi empezar y llegar a lo más alto, a la cúspide de la torería andante gracias a su decisión, a su valor, a su entrega y a poner por encima de su misma vida la vocación de torero. Y eso está solo al alcance de unos pocos.
La verdad que hoy en Bilbao ha hecho más por la fiesta Andrés Roca Rey que miles de palabras dando propaganda a las esencias toreras con poca sustancia en la costumbre de una fiesta de toros necesitada de estas acciones sobreponiéndose al dolor, a la fatiga y venciendo a la muerte que pueden traer las guadañas de un toro de lidia.
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