«No puede ser, no puede ser que llevemos 14 becerros desde noviembre como parte de bajas en la explotación ganadera de Castronuño, a los que se añaden los dos últimos de esta misma noche». Este es el lamento encorajinado de Juan Carlos Mayoral. La impotencia de una familia ganadera que está viendo cómo los lobos se ensañan en su territorio con los becerros, matándolos, comiéndoselos, destrozándolos, malgastando el esfuerzo con que se cría a los animales en la explotación agropecuaria.
Pepe y Juan Carlos, hijos de José Luis Mayoral, que tanto bregó y trabajó para dotar a su finca en las estribaciones de la Guareña en el término de Castronuño y en la finca «La Carmona», están viendo impotentes cómo se destruye el ganado por ataques de lobos y que son incapaces de responder con eficiencia y compensación por parte de las autoridades que deberían estar más diligentes en velar porque estos estropicios no se produzcan y se controle la población lobera, cuya expansión alcanza ya cotas que chocan abiertamente con los intereses ganaderos. Se trazó una línea imaginaria del sur y norte del Duero; al norte se puede cazar como especie cinegética y al sur es especie protegida. Decisión tomada desde un confortable despacho sin pisar y comprobar el terreno en el sitio ni solidarizarse con quien ve destrozado su ganado en estas lobadas.
Es muy bucólico, muy bello, muy ecológico y muy moderno la consideración que se hace del lobo y de su expansión proteccionista. Pero si no se controla debidamente su población seguirá habiendo disgustos entre los ganaderos como el tan amargo recibido hoy mismo por la noche en La Carmona cerca de Castronuño.
Juan Carlos Mayoral exige un control de la especie. Y eso solo lo pueden dar quienes tienen la responsabilidad de hacerlo porque una cosa es cierta y palmaria: No se puede cargar en las espaldas de los ganaderos los daños del lobo. Es una tremenda injusticia.
Foto: Juan Carlos Mayoral
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