Si de un tiempo a esta parte hemos visto alguno de los objetos, cachivaches, bártulos y utensilios con que se dotan los profesionales del toreo para llevar y traer en esos maletones que arrastran antes del comienzo del festejo los mozos de espadas y los ayudas, como si fueran charlatanes de feria que traen la caja de pandora en sus manos, en ocasiones nos tropezamos con alguna cosa nueva utilizada, como en este caso, para guardar la montera. En la funda de estoques y aneja ella, movió nuestra atención en una plaza de toros una carterilla de cuero repujado a modo parecido del antiguo cabás que los escolantes llevaban a sus colegios. Al abrirlo apareció una montera de torero, guardada y preparada perfectamente en el habitáculo.
Esa montera serviría para brindar al público, ofrecerla a los espectadores y lanzarla al albero. Una vez terminada la faena y recogida del suelo, cepillada por el ayuda, era de nuevo depositada en el bolsón y guardada en su destino hasta la próxima.
La montera, como se sabe, es el gorro o sombrero con que los diestros toreros se tocan en sus cabezas. Es siempre de color negro y su evolución a lo largo del tiempo pasó de ser como sombrero de tres picos en tejido rizado muy similar al cabello al que es hoy en la actualidad.
Los ayudas cuidan y se responsabilizan más que los toreros sus vestimentas, su porte, y sus trebejos de torear. A ellos se les debe muchas de estas cosillas, aparententemente nimias y sin importancia, pero que tienen su función, su explicación ornamental y su atracción curiosa a poco que nos fijemos. Y algunas de ellas son una obra de arte como los repujados en cuero y taraceas, filigranas en la labor de la que nutren artesanos y en ocasiones sastres toreros.
Ya dice Justo Algaba, el sastre de toreros, en más de una intervención, que todos los toreros no tienen la misma constitución física, ‘la hechura’. A un torero recio no hay por qué vestirle de oscuro. Y a un torero alto, se le pueden poner bordados verticales. ¡Claro que se le pueden poner! La cuestión está en cómo y dónde. Por eso digo que la hechura del torero es la que te inspira. Es como un lienzo sobre el que tienes que volcarte. Más importante que todo lo demás es la psicología. Tienes que comprender los gustos del torero, asimilarlos. O tener un tacto exquisito para llevarle la contraria. No es lo mismo un torero de faena quieta, de personalidad vertical, que otro con mayor dinámica en sus movimientos. Cada bordado tiene que responder a una exigencia concreta, no a un capricho. Y el traje de luces tiene la montera como elemento de remate, de cierre, para apretar en donde se forjan las faenas ante el toro, en el cerebro. Luego vendrán las otras partes, ropas y añadidos, que harán hablar la otra parte de una faena taurina: El corazón del diestro.
Pero una montera parece como si abrigara el miedo e impidiera la salida de la razón para echar a barato el enfrentarse a un toro bravo. Por eso algunos la aprietan reciamente a su cabeza y otros inventan recursos para trasladarla, como el retratado por Fermín Rodríguez.
juanma dice
gracias, por contar esos detalles