Una extraordinaria manera de torear a un toro de bandera de los hermanos García Jiménez, corrido en cuarto lugar en la primera corrida de la feria, por parte del diestro de Linares Curro Díaz ha sido, sin duda lo mejor de la tarde. El toro se llamaba «Filigrano», de color negro y embistió galopando, incansablemente, metiendo la cara, arrastrando el hocico y sin hacer ni un solo gesto hostil hacia su matador. Tanto es así que el torero jienense se pasó de tiempo pues, como él mismo nos dijo, «he toreado para mí mismo, olvidándome del bullicio de las peñas, de la música y del barullo tremendo«. Curro Díaz, que había entrado en sustitución del anunciado Rivera Ordóñez, quien por lesión no pudo acudir a Íscar, toreó como los ángeles sobre todo con la mano izquierda. En mi retina un pase de pecho con la izquierda, embarcado y celoso el animal, de una plasticidad inolvidable. El toro, desde el inicio de la lidia había mostrado su nobleza y bravura. Quedó entero tras la puya y Díez le instrumentó una faena por ambas manos muy firme, tranquilo, dando los tiempos y pausas que requería el bravo animal. Una estocada caída acabó con la res y la presidencia esta vez dirigida por el Sr. Casares de Medina del Campo con el asesoramiento de Cachichi le otorgaron las dos orejas que paseó triunfal y ufano alrededor del anillo.
En el que abrió plaza, de nombre «enmudecido» que brindó al público, el carácter más propio del toro fue su escasa fuerza, poco fuelle. Si bajaba la muleta, el animal se caía y a media altura se deslucían los pases y en consecuencia la faena. Tuvo que entrar a matar en dos ocasiones y dar un golpe de descabello para atronar a la res. Recibió tibios aplausos.
El segundo compañero de terna fue David Fandila, el atlético Fandi, siempre entregado sea la plaza que sea. A David lo mismo le da una plaza de primera que de segunda, que de tercera. Él cumple con el espectáculo y con lo que el público quiere ver en él. Esa forma de entender el torero, lidiar y banderillear con riesgo, piernas y agilidad, llegando a parar al toro en su loca embestida por cogerle.
Recibió a su primero con una larga de rodillas y aunque el animal se le rajó al final de su faena de muleta, le propinó una estocada citando a recibir que le hizo merecedor de una oreja. Cortó otra en el segundo de su lote, por aquello de no hay quinto malo, un negro de nombre «espléndido», bravo y encastado animal al que toreó de forma muy variada con el capote. La faena de muleta la empezó de rodillas y todo su desarrollo fue con ánimo de agradar al respetable. Aunque recibió un aviso por alargar en demasía la faena, tras estocada tendida y golpe de verduguillo, le fue entregada una oreja del ejemplar.
Así se garantizó la salida por la puerta grande que ya tenía ganada y a ley su compañero Curro Díaz.
Completaba la terna Morenito de Aranda, triunfador en Íscar el año pasado y que venía en sustitución del anunciado Leandro, sin curarse la herida de la cornada recibida en Toro y abierta en numerosos de sus puntos por el esfuerzo de Santander. Morenito no había tenido demasiada suerte con el tercero de la tarde que se llamaba «endiablado» y que hizo honor a su nombre. El toro protestaba y cabeceaba, desluciendo la faena del diestro. Lo despachó con una estocada desprendida y recibió aplausos cariñosos del respetable que se juntó en casi tres partes del aforo de la Plaza cubierta de Íscar.
Sin embargo, llegó el último de la tarde un toro cuajado de capa castaña y bociclaro de nombre «delicado» que hizo honor a su nombre, porque con delicadeza fue tratado en todos los momentos de la lidia. Jesús sabía que tenía que esforzarse para poder cortar las orejas del animal y así salir con sus compañeros por la puerta grande. En todo momento el torero burgalés se mostró sereno, animoso, entregado. Brindó al ganadero de Matapozuelos Trifino Vegas presente en una barrera y le dijo: «Trifino, te brindo la muerte de este toro por lo buena persona que eres, los buenos momentos que he pasado en tu casa que me has abierto de par en par y por lo bien que te has portado conmigo».
Variada y aseada faena, sobre todo con la mano izquierda, sometió la embestida del animal, fajándose con él y haciéndole entrar a la muleta una y otra vez. Terminó su labor con unos adornos por alto con manoletinas y se perfiló para entrar a matar, cobrando una estocada a ley en todo lo alto, entrando por derecho, a los rubios del animal.
Dos orejas en su esportón y alegría en toda la plaza porque los tres diestros salieron merecidamente a hombros por la puerta grande.
(reportaje gráfico en la sección de fotografías de Fermín Rodríguez Sánchez)
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