Y eso que dos de los diestros que han intervenido hoy, Manuel Díaz El Cordobés y Juan José Padilla, salieron a hombros de la plaza entre las aclamaciones del público, como si de sus faenas se hubiera desprendido el acabóse, el no va más y lo genuino de una faena ante las astas de un toro. Una presidencia de la corrida, condescendiente con el público, generosa y engañabobos premió con dos apéndices a dos faenas más bien atropelladas, con poca sustancia, pero muy del gusto de la gente que quiere divertirse mientras come un bocadillo, bebe de la bota y disfruta en un tendido con los toros que le echan. Por su parte, el mejicano Diego Silveti que tropezó con el peor lote de Sánchez Arjona puso dos caricias en naturales ante el tercero de la tarde y una entrega buscando la compensación en el urraco que cerró plaza, aunque el fallo a espadas solo le otorgó un apéndice.
Esta corrida de hoy de la que queda el recuerdo de la puerta grande de dos toreros como la copa de un pino, se ha parecido mucho a esos partidos de fútbol en los que sin apenas juego, sin jugadas bonitas ni excepcionales, de tiqui taca y de ir y venir, pasando los minutos, al final gana por uno cero uno de los equipos y en el recuerdo queda que ese equipo triunfó, aunque jugara mal y sin emoción.
Y vamos a ello porque el lector merece una explicación que para eso hemos acudido a la villa maderera esta tarde de sol y aire templado en la que muchos aficionados y público buscan a los toreros para retratarse con ellos, felicitarlos, aclamarlos y desearles suerte.
Hoy se han lidiado seis toros de Sánchez Arjona, terciados, con poca fuerza, deslucidos y desrazados aunque nobles para el torero. Manuel Díaz el Cordobés, dos orejas y silencio; Juan José Padilla, silencio tras aviso y dos orejas y Diego Silveti, silencio tras aviso y una oreja. Algo más de media plaza se ha dado cita en el coso iscariense.
Manuel Díaz el Cordobés abrió plaza con su desparpajo habitual, dirigiéndose al público, animándole y descarándose con él, incluso en uno de los momentos pidió él mismo música al maestro de la banda municipal que no se arrancaba con el alegre pasodoble. Bien seguro que Manuel siente el toreo como una diversión, pero también como un esfuerzo importante y que se debe al público que paga la entrada por acudir a ver sus excentricidades, sus saltos, sus alharacas, sus cabriolas y brincos e incluso sus cabezazos y desplantes ante el animal. Me hizo gracia, y lo tengo apuntado para que no se me olvide, con las palabras textuales con que se dirigió a una señora que estaba en el tendido dando cuenta de un formidable bocadillo cuando iba a empezar la faena ante el cuarto de la tarde. «¡Señora!. A mí ahora mismo no me entra ni gloria bendita por la boca. A usted ya veo que sí».
En su primero había logrado ya abrir la puerta grande al cortarle dos orejas tras una faena encimista, de las suyas, corroborada con una estocada entera letal y haciendo la suerte como mandan los cánones, pues el que abrió plaza fue algo más bravo y noble que sus hermanos, permitiéndole hasta que le golpeara en la testuz con su propia frente.
Ante el cuarto, desrazado y sin fuelle, que brindó al público dio tiempo y pausa al toro en cada serie, incluso plegando la muleta y dirigiéndose con pausa al terreno del animal para componer los cites. Cuando en uno de los momentos se le escapó «no vale ni pa tomar por culo«, le hizo tres ranas que croaron poco para el público, con lo que montó la espada y logró la estocada después de pinchar por dos veces al ejemplar de Arjona.
Juan José Padilla, el maestro de Jerez, pasó un quinario para dar muerte al primero de su lote, pinchándolo hasta siete veces. Y mira que había estado Padilla aseado al que banderilleó el diestro entre los aplausos y ovación del respetable, mientras sonaba el pasodoble «España cañí». El par al violín el mejor de los tres y como el toro se había arrancado con cierta alegría en banderillas, brindó al público su faena que empezó de hinojos justo a las tablas para ir sacando a los medios al animal. Padilla aquí estuvo dominador, como es él, aunque el toro protestaba en cada pase, tragó por ambos pitones.
En el quinto de la tarde, por aquello de no haber quinto malo, fue donde Juan José echó toda la carne en el asador. Especialmente en dos redondos larguísimos, rematados, que encandilaron al público. Terminó con unos molinetes de adorno y se perfiló para matar logrando una estocada entera contraria que hizo guardia, pero que su subalterno, ojo avizor y con la rapidez del rayo, metió la mano y extrajo sin que casi nadie notara el terrible defecto. Precisó de dos golpes de descabello hasta que atronó al animal, mandándolo al desolladero y la Presidencia, generosa en exceso, le otorgó las dos orejas del burel y la puerta grande de Íscar. Y todo bajo el cartel del reclamo: «¡Ven y vívelo!» que la empresa ha colocado en diversas zonas del tendido.
El tercero de la terna de hoy era el mejicano Diego Silveti, un torero que no ha tenido suerte con el lote que le correspondió en el sorteo. Solamente el burraco que cerró plaza y al que cortó una oreja, que hubieran sido dos de haber acertado con el estoque, según se había puesto la tarde de triunfalista, le permitió algo más hacer su toreo valiente, templado de mando y caricia. Porque Silveti acaricia con la muleta, marca la salida al toro y lo templa con valor y arrojo, pero a la vez con mucha torería. Dos naturales tengo anotado a su primero que no fueron pases fueron caricias al hocico del animal. La disposición de Silveti ha sido de verdad, entregada, de esfuerzo y sobreponiéndose a la poca fuerza de sus enemigos. Si a su primero le cimentó los pocos muletazos que le pudo dar con la mano izquierda, en el que cerró plaza y que no vino acompañado de la «Jota de Íscar» de salida como es costumbre, lo toreó fundamentalmente con la derecha. Varios pinchazos hasta lograr la estocada que acabó con el tercero y pinchazo arriba y una casi entera con el que se cerró la corrida.
En resumen, una corrida que ha demostrado que la gente quiere juerga, tiene ganas de divertirse y con poco premia a los diestros toreros que acuden a su feria y que hace bonito lo feo, útil lo inútil y bueno lo malo. Y eso también tiene su mérito en estos tiempos de contrariedad.
Fotos: JOSÉ SALVADOR
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