El novillero de Espartinas, Javier Jiménez, ha salido hoy por la puerta grande de la plaza de Cuéllar tras cortar dos orejas, una en cada toro de su lote, en la segunda de la feria de la localidad segoviana a dos utreros de la ganadería de los Bayones que le tocaron en suerte, noble y sin fuerza el primero y bravo y encastado el segundo, sin duda el mejor del encierro enviado por el ganadero Jesús Hernández, mientras que sus compañeros de terna Francisco Espada y Lama de Góngora, cosecharon ambos silencio en sus cuatro toros.
Una novillada seguida por menos de un cuarto de plaza de espectadores, notoria y fundamentalmente aburrida, debido a que los tres primeros toros, con síntomas evidentes de aletargamiento, posiblemente tras haber recibido la dosis correspondiente en el encierro, no permitieron a los novilleros el lucimiento, pese a intentarlo. Los seis ejemplares de los Bayones, de irreprochable presentación, no dejaron casi ni colocar a los espadas, tres de ellos por aquello de los calmantes, otros dos porque se rajaron ostensiblemente en el último tercio y solo uno, el cuarto, dejó la bandera de la bravura de Calzada de Don Diego bien alta. Sin embargo, escaso bagaje se mire como se mire para el espectador, el aficionado que paga su entrada y se acerca a ver una novillada en la que los toros, tras haberlos corrido por el campo y las calles, dan síntoma de alferecía, les tiemblan los músculos y las patas y no embisten como se supone debiera embestir un toro bravo. Y lo dicho no es harina de otro costal. Por eso nadie se extrañe de la poca entrada en la bonita plaza de Cuéllar en la que hasta no hace tanto tiempo sus tendidos se veían repletos de aficionados y espectadores. Y es debido a que así no hay ningún tipo de emoción ni espectáculo.
La novillada de la feria estuvo presidida por el concejal de festejos Juan Pablo de Benito, asesorado por Cachichi en el palco, y con la presencia de las reinas de las fiestas de Cuéllar, tres chiquillas bien simpáticas y agradables que bajaron al patio de cuadrillas a saludar a los toreros.
Y público ausente, no asistiendo a la novillada, con más cemento que espectadores. Eso sí, pasaron primero tanto los agentes de la Guardia civil como después empleados de la Plaza pidiendo los pases de callejón a cuantos nos encontrábamos en él por orden de la Autoridad, en un reiteración más rayana en la soberbia que en la profesionalidad y orden, instando a quien no tuviera el pase a abandonar el lugar mientras se lidiaba el toro, conculcando la disposición reglamentaria. Por ejemplo, quien esto escribe, acompañado del que fuera novillero y modesto empresario taurino Salvador Ángel, fue requerido en dos ocasiones a mostrar el «pase de callejón», documento sin el cual no se puede permanecer en dicha dependencia, mientras se lidiaba el tercer toro. Si esas son las órdenes municipales, es preciso acatarlas, pero, por favor, antes de terminar el paseíllo no durante la lidia de un toro. Ahora bien, que no indiquen el sitio en donde colocarse para informar de la corrida y después una y otra vez te vayan con la copla a requerir el dichoso pase. Creo que estas cosas, desagradables de todo punto, suceden cuando hay muchos capitanes en el mismo barco.
Pero dejemos las anécdotas al margen para hablar de los chavales novilleros que para eso echamos el viaje hasta Cuéllar.
Abrió plaza el rubio torero de Espartinas, Javi Jiménez, quien estuvo voluntarioso con el imposible novillo que empezó la corrida, con una flojera de remos ostensible. Se tiró a matar arriba logrando una estocada haciéndolo todo el muchacho por lo que recibió el premio de la oreja. En el cuarto de la tarde, el toro más bravo y completo de los lidiados que metía la cara, humillaba e iba en la larga distancia con un alegre galope, le dio varias series con ambas manos y acabó con unos rodillazos finales vitoreados por el público. Había brindado a Sansegundo, el presidente de la Peña taurina de Íscar presente en la barrera. Este toro, marcado con el número 31 fue excepcional de bravura y acometividad, pero que debería haberlo lucido de largo en vez de atosigarlo con una pretensión más encimista. Pinchó en lo alto sin soltar y de nuevo, perfilado en la suerte natural, le recetó la estocada, recibiendo una oreja y garantizándose la salida por la puerta grande.
Francisco José Espada, el chaval de Fuenlabrada mostró maneras dignas, con sitio y sabiendo cómo tenía que embarcar a sus dos bureles. El madrileño brindó al público el primero de su lote, ligando los pases con cierta soltura y gracia. Pero el utrero no tenía demasiado fuelle por lo que se cayó en varias ocasiones. Al novillero se le ve con ganas, es además fino de cabos, se coloca bien y es quien mostró un mejor concepto del toreo en la tarde de hoy. Pasó un quinario con la espada, sobre todo ante el quinto de la tarde, y el silencio lo envolvió con su manto de amargura.
Y cerraba cartel Lama de Góngora, el sevillano, quien poco pudo hacer con los toros que le tocaron en suerte, fallando además a espadas y recibiendo el recado en forma de aviso. Francisco Lama de Góngora mató muy mal, precisando de varios golpes de verduguillo para atronar a sus enemigos. Le tocaron además dos rajaditos elementos de los Bayones con lo que ni pudo ni quiso poder en esta tarde, más bien para olvidar y pasar página. No sin antes terminar con una reflexión: El encierro del ganado a lidiar por la tarde en la plaza rompe muchas facultades de bravura animal, estropea y desengaña demasiado a las reses y en consecuencia supone un fraude al espectador que abona su entrada para ver una corrida o una novillada como ha sido el caso de hoy. El campo y el cemento son enemigos demostrados de los toros para lidiarlos por la tarde. Pero, en fin, los encierros de Cuéllar son un espectáculo precioso, bonito y espectacular y además gratuito del que disfrutan todos los espectadores, aunque luego se vean en cierta manera afectadas las esperanzas de unos chavales que quieren ser toreros y de unos aficionados que pasan por taquilla para ver un festejo taurino.
Fotos: Jesús López
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