Y la lástima para el aficionado es que lo hace sin venir por Valladolid, sin pasar, ni pisar por el coso del paseo Zorrilla que no tuvo la oportunidad de ver su aguerrida casta para entender el toreo. Se va de los toros un burgalés de pro, amigo de sus amigos, con quien he compartido alguna hora de charla, de compañerismo, de fracaso y de éxito: José Ignacio RAMOS que empezó a jugar con el toro un día de San Isidro de 1993 en la tierra alavesa de Vitoria, recibiendo la alternativa de José A. Campuzano, ha estoqueado hasta la fecha 281 corridas de toros con 305 orejas y 9 rabos en su esportón y se va del toreo, se corta la coleta, por entender que su ciclo vital profesional y artístico ha terminado ya en las soñadas tardes de toros. Y aunque siga en el mundo taurino ligado a su inseparable amigo y mentor Mariano Jiménez, con quien comparte empresa, desvelos, trabajos y anhelos, los ruedos se quedan huérfanos de un hombre cabal, un torero como la copa de un pino, valiente, entregado, sufrido y bregador.
Los aficionados le recuerdan como un profesional señero «viril en su casta por la arena/ al enfrentarse con la fiera airada/ sin importarle lo cruel de la cornada/ ni el miedo, ni la sangre, ni la pena«… sobre todo los burgaleses donde en ocho ocasiones ha salido a hombros por la puerta grande. La Plaza del Plantío es el anillo que ha visto más el toreo de su hijo predilecto. Y en las Ventas, ¡ay, las Ventas! qué faenas y qué estocadas a toros de dureza inigualable: Escolar; Adolfos; Aguirre… jugándose la ingle cada tarde. Dieciocho corridas en Madrid le han granjeado el respeto del aficionado, del espectador y del entendido en lo que es y supone cada cual en el mundo del toro. Un aplauso emocionado, pues, para un torero que se va con la cabeza bien alta y el deber cumplido.
Ya no podremos verte los que amamos la verdad en el toreo, la honradez, la entrega y el esfuerzo delante de las astas de un animal serio, cuajado, duro y difícil ni en Madrid, ni Valladolid, dos ciudades que por su carisma deberían haberte hecho un hueco mayor entre sus favoritos. Pero la vida es así y así hay que lidiar ese tremendo toro de la vida.
«Se yergue tu figura tan serena/ con la gracia sutil y apasionada/ y se enciende el acero de tu espada/ en la hora crucial de la faena…»
Adiós, amigo José Ignacio, que en tu nueva actividad como empresario sigas glorificando el bello arte de torear y gracias por cuanto has hecho en el toreo, sobre todo, al entregarle tu vida y tu juventud. ¡Un abrazo!.
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