El día de fiesta grande en México volvió José Tomás a torear para cien mil espectadores que llenaron el coso de la Monumental y lo hizo, como el resto de compañeros, a beneficio de los damnificados por el terremoto que acortó vidas y haciendas de aquellas tierras hermanas. Junto a José Tomás que cortó una oreja hicieron el paseíllo Hermoso de Mendoza, silencio; Joselito Adame, dos orejas; Octavio García El Payo, silencio; Julián López El Juli, palmas; Sergio Flores, dos orejas; José María Manzanares, oreja; Luis David Adame, palmas.
Estos seis toreros, cinco de a pie y el centauro estellés, emocionaron al público que atronaba de olés el recinto del formidable y grandioso recinto de la monumental mexicana. Pero este comentario va dirigido a opinar de la forma de torear de un diestro de Galapagar que ha pasado a ser mito en vida por su manera de estar frente a la cara del toro.
Ya lo vimos, y por dos veces, en la Feria de Valladolid de 2016 en aquel fantástico e histórico homenaje al malogrado Víctor Barrio sentir el abandono, flotar en el aire, quietos los pies, encajada la barbilla y crujiendo huesos del morlaco embebido por las telas mostradas con verdad, sin trampa ni cartón, ventaja o apaño recurrente. Algo así como lo intentó y ejerció con «brigadista» de Jaral de Peñas al poner en escena su forma genuina de torear ante ese docto senado de cien mil almas mexicanas que le ovacionaron y gritaron y le aplaudieron y se emocionaron.
José Tomás es un mito torero, apreciado y amado como el ramillete de quienes integran las varillas del abanico del toreo eterno. La única diferencia y grandiosa por la que aún podemos verle es porque está vivo y sigue dando tardes de toros como esta brindada ayer el día de Nuestra Señora de Guadalupe, a quien llevaba bordada en el espaldar de su capote de paseo.
José Tomás, y aquí mientras, la afición española te espera deseosa y anhelante.
Fotos: Plaza México
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