Y la verdad que lo hizo con fuerza en esta ocasión. El pueblo serrano abulense de Sotillo de la Adrada celebraba su novillada con motivo de las fiestas patronales de la Trinidad y allí nos fuimos con armas y bagajes. Fue, haciendo un balance somero, el reencuentro de nuevo con la afición, con la fiesta de toros. Se lidiaron seis ejemplares de La Campana del ganadero José Sánchez Benito (¡enhorabuena, ganadero!) excepcionales por lo bravo, encastados, bien presentados, lustrosos, cuajados, con trapío, auténticos toros, aplaudidos en el arrastre cinco de ellos, a uno de los cuales, lidiado en quinto lugar, el Presidente le exhibió el pañuelo azul a su muerte, dándosele la vuelta al ruedo entre la ovación fuerte de los aficionados que casi llenaba el coso de Sotillo, con un amplio bagaje de juventud y colorido en su graderío.
Para enfrentarse a este encierro, tres novilleros escasos en festejos, pero llenos de ganas y de entrega: El medinense Félix de Castro, que lucía un brazalete negro por la reciente muerte de su abuelo Clemente Navas y en su memoria que recibió aplausos en sus dos toros. Iván Abasolo, triunfador de la tarde, al cortar tres orejas y salir a hombros de la plaza junto con Luis Gerpe que cortó dos orejas, una en cada de los de su lote.
Antes de entrar en más materia y dibujos, hay que hablar de la novillada de hoy en Sotillo de la Adrada, en el llamado Valle del terror. Una novillada de la Campana digna de cualquier plaza de primera, embistió al galope alegre, derrotó en los burladeros con violencia, hicieron añicos tablas y dieron esperanza de triunfos. En fin unos toros dignos de resaltar por su comportamiento de bravura de las que ya casi ni se ven. El quinto de la tarde, de nombre «nauseabundo» fue el merecedor del pañuelo azul de la presidencia. Cómo se entregaron los espectadores con la corrida. Y eso que había empezado mal porque el corrido en primer lugar de cuatro zurridos que pegó contra tablas y piedras, quedó descordado, roto completamente y hubo que apuntillarlo, primero desde el burladero sin conseguirlo y después, tras el permiso reglamentario, el director de lidia Félix Castro, tomó muleta y estoque, cuadró al animal y le despachó con rapidez, entre el alivio general.
El resto de los novillos, ya toros hechos y derechos con cara y trapío, acometedores todos ellos, nobles hasta decir basta y embistiendo con la cara baja, arrastrando el hocico queriendo comerse la muleta de los matadores… dieron lo mejor a quienes asistimos a Sotillo. La expresión, al salir, así la oímos, ¡bendita sea la hora por haber venido a ver esta novillada!, pues nos hemos reencontrado de nuevo con la bravura de un toro.
Hasta las reinas de las fiestas que en Sotillo son tres, en esta ocasión Alba, Sara y Paula, entregaron a todos los diestros actuantes un precioso ramo de flores cuando terminaron sus respectivas faenas. Sin olvidar a la banda municipal de música que amenizó el espectáculo y la concurrida solanera de juventud que cantó, sopló y bailó a los sones de una charanga en las pausas de la lidia.
Y vamos a la tarde en sí porque hay que contar lo que cada novillero hizo y lleva merecidamente en su esportón.
Félix de Castro estuvo aseado y entregado en ambas faenas, pero falló con el estoque. El hombre entraba con decisión, pinchando en lo alto en varias ocasiones, sin conseguir la estocada que le hubiera hecho acreedor de la puerta grande, porque Félix se encontró toreando a «clavelino» y a «huraño«, éste sobrero del descordado primero, el menos bueno del encierro, más agalgado, fino de cabos y de pescuezo de contracción rapidísima. Había que estar en el sitio, perfecto, sin dudar, porque el animal se hubiera hecho dueño de la lidia y de la plaza. Sin embargo Félix, consciente del éxito que ya tenían sus dos compañeros anteriores, aplicó series cortas pero llenas de temple y torería en el toro que brindó a la memoria de su abuelo fallecido Clemente Navas. Previamente le había dado con el capote un quite por delantales muy airoso y aplaudido. Lástima que los aceros no ayudaron esta vez al buen torero medinense, merecedor de mayor éxito y oportunidades. Su ayuda José Luis Ortuño, se mordía las uñas y lamentaba el fallo con los aceros de su maestro. Pero así son las cosas. Félix toreó colocado, asentado, con pausa, sereno, sin alharacas, con un toreo sentido, lleno de verdad, pero al fallar a espadas, solo recogió los aplausos de la concurrencia. Hay que destacar aquí al Chano, miembro de la cuadrilla, por dos excelentes pares de banderillas asomándose al balcón.
El vasco, de Orduña, Iván Abasolo fue quien se llevó el gato al agua y el mejor lote del estupendo encierro de la Campana. Recibió a «timorato» con media tonelada pasada de kilos, y una larga de rodillas en el tercio que calentó la plaza y la faena. Este timorato dio trabajo a los carpinteros al destrozar uno de los burladeros, de dos zurridos impresionantes. Abasolo, aunque le vimos algo precipitado porque el toro se le venía al toque raudo y sin esperar, supo enjaretarle tres series con la derecha que a la postre le dieron un triunfo merecido en Sotillo. Terminó la lidia con un desplante ante la cara del toro y, tras perfilarse, agarró una estocada que tiró sin puntilla al ejemplar, en tanto los pañuelos pidieron las orejas que le fueron concedidas por la Presidencia de la corrida.
En el quinto, merecedor de la vuelta al ruedo, el más bravo de la tarde, le hizo una faena variada y agarró una estocada entrando despacio, por lo que le dieron otra oreja más de este quinto de la tarde que hizo honor no a su nefasto nombre «nauseabundo«, sino al que deberían haberle puesto «oloroso» o «grandioso» que de todo tuvo el animal.
Cerraba terna y corrida Luis Gerpe, el toledano, que vino vestido con un terno rosa, oro y azabache y que dio la media escaderada al primero de su lote tras los lances de recibo muy aplaudida, pero que a punto estuvo de sufrir un percance al chocar contra uno de sus compañeros, tras ser perseguido por el toro que hizo hilo con él.
Brindó al público y con ambas manos estuvo bien, entregado, con plasticidad y hermosura. Lástima alguna prevención por el movimiento del toro y para protegerse de él, pero el muchacho lidio a «monterillo» y sobre todo al que cerraba corrida, un castaño de nombre «palomino«, con elegancia y momentos muy emotivos. Pese a propinar una estocada atravesada al primero y pinchar en el último, recibió una oreja de cada ejemplar que lidió.
Y ya cuando la noche caía por la sierra abulense y pasamos por delante de los toros de Guisando, esos que rumian estrellas en el Cerro del mismo nombre, el recuerdo del pasado se nos amontonó con el esfuerzo y al trabajo de un ganadero por conseguir ejemplares bravos en Villaseco de los Aires, tal y como hoy lo hemos visto con nuestros propios ojos, tal y como los que hoy se han lidiado en Sotillo de la Adrada.
Fotografías: María Teresa García
eduardo dice
El novillero Ivan Abasolo,es de origen vasco,de un pueblo precioso y muy taurino.Orduña.
Aficionado dice
Ayer, tras aguantar estoicamente durante casi un mes el enorme fiasco de la Feria de San Isidro, tube la suerte de ir a Sotillo de la Adrada y reencontrarme con la casta y la bravura en una novillada, impecable de presentación, de a dos pullazos por novillo y metiendo la cara con clase, bravura y emoción.
Enhorabuena ganadero… y enhorabuena para quien es capaz de seleccionar en el campo novillos con la seriedad de los de ayer y las hechuras necesarias para que puedan dar el juego que dieron.
alejandro dice
Vaya toros buenos los de Sotillo. Esos sí que hacen afición y los tres muchachos unos héroes.
Julio molino dice
Una tarde espectacular tanto con los novillos como con los dos chavales,me divertí mucho buena novillada