Y así lo viene demostrando desde que la pandemia permite la apertura de los cosos taurinos para celebrar en ellos corridas, concursos de cortes, novilladas o la práctica del bello arte del rejoneo. Incluso los enanitos toreros son seguidos por el público más joven, el infantil, que además es el que guarda como esponja los acontecimientos vividos.
Castellón ha sido un ejemplo palmario de la presencia de gente joven en el graderío porque entienden en su fuero interno que la fiesta de toros es de ellos también y su participación es más que necesaria, pues tienen muy claro que nadie puede imponerles los gustos, las filias y las fobias por mucha matraca que den quienes no quieren que los jóvenes vayan a los toros.
En Castellón fue un soberano corte de mangas a esas disposiciones contrarias a los festejos taurinos de soñadores por la uniformidad y el único criterio que desde el poderoso altavoz se quiere imponer a la sociedad, amordazándola en su libertad y en su decisión personal.
La gente joven dice sí a los toros y cada vez lo hace con más fuerza. Es un buen momento acercarse a los cosos taurinos para ver las suertes del toreo, tan variadas y diversas, como atrayentes y coloristas, llenas de sentido de solidaridad y esfuerzo valeroso. Porque esta gente joven es la que en realidad tiene la palabra de su continuidad, de su existencia y de su arraigo. Por mucho que les prohíban que no se acerquen, que no vayan y que no tendrán el bono cultural, la propina del viejo e interesado egoísta, ellos los jóvenes son capaces de tomar su propia decisión sin que nadie se la indique.
Y eso por mucha propaganda y dinero que se gaste, no hay chiringuito animalista que lo impida.
Juventud, ¡divino tesoro!
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