Y la seducción de la palabra. Porque eso es la extraordinaria herramienta que tenemos a nuestra disposición ahora mismo. Las llamadas redes sociales como twiter o facebook por citar las más conocidas y populares utilizadas por la gente, por todos nosotros, están dando al momento prácticamente el resultado de una novillada o corrida de toros, como si este espectáculo tuviera que tener el mismo tratamiento informativo que el fútbol o los deportes de masas. Y así la inmeditez del resultado, si el diestro recibe a porta gayola al toro o con lances inspirados a la verónica, si pica el picador arriba o cierra la salida y si el banderillero banderillea en lo alto, y el diestro para y templa y se vuelca con la estocada, alcanzando el premio de las orejas, de la vuelta, de los aplausos o de los silbidos. Casi de inmediato gracias a la temible, admirable y ya imprescindible red cibernética de Internet.
Todos cuantos dedican su esfuerzo al periodismo tratan de ser ellos los primeros en dar, en subir, en publicar la noticia a veces antes de que se produzca, como yo mismo he constatado en alguna ocasión, creyendo que los seguidores, los amigos «facebokeros» o «tuiteros» van a acercar su interés, su entrada en la web donde se edita, por ese prurito que existe de la «primicia», concepto ya prácticamente desaparecido por este arraigo nuevo que ahora entra de lleno en la información: Cualquiera es redactor, en cada uno de nosotros puede haber un periodista, cualquiera retrata con su extraordinaria cámara los momentos más espectaculares y al instante es capaz de subirlo a la red para que los demás lo vean. Por tanto, la profesión como la conocimos está en otro nivel tan diferente y distinto a como se localizaba hace por ejemplo veinte años.
Pero el motivo del análisis de hoy es que esa inmediatez está rompiendo la magia, el embrujo, el atractivo y la fascinación que siempre ejerce la palabra en quien escucha. Y así una crónica levantada de una corrida, tras la pausa obligada para redactarla con la tranquilidad de varias horas después de contemplada, tiene muchos más matices, mucho más valor intrínseco, muchísima más viveza existencial y personal que aquella otra levantada a vuela pluma sin más dibujos.
Esto, a mi juicio, es como confeccionar un plato de cocina: Hay cocineros que guisan los ingredientes, los presentan y ¡a comer!. Mientras otros, elaboran, adornan, ponen de su parte el buen hacer, añaden, cortan, quitan y dan la espectacularidad que toda obra humana merece.
Y aquí entramos en el meollo de la cuestión: El toreo es algo más que un espectáculo solamente. Es una idea, un ejemplo, una ceremonia radicalmente peligrosa, bella y complicada, donde el hombre desnudo de fuerza, pero con inteligencia somete, encauza, torea y crea arte ante una fuerza descomunal como la de un toro bravo. Todo eso imprime carácter a quien lo practica. Por eso no todos pueden ser toreros, ni todos son capaces de enfrentarse a un toro bravo. Pero todos sí somos capaces de escribir o retratar la faena de un diestro. De ahí que al menos deberíamos dar, como al vino bueno, el tiempo necesario para analizar, discernir, recordar, revivir y hacer presente de nuevo aquello que nos sobrecogió, emocionó o apasionó en una plaza de toros. Ser periodista taurino, como ser poeta, es lo único que nos queda en estos momentos para afrontar con orgullo, ternura, y sentimiento el acto de un torero en una plaza de toros. Lo otro ya no es ni flor de un día como la noticia, sino muerte al instante, que queda para el arrastre.
Foto: José Fermín Rodríguez
Deja una respuesta