De nuevo lleno en la plaza de toros de Cuatro Caminos en Santander, amenaza de lluvia calabobos que se reprodujo con intensidad al final de la corrida, chubasqueros de colores por los tendidos y público animoso, muy respetuoso con el recuerdo en el impresionante minuto de silencio y oración guardado en memoria de las víctimas de la catástrofe ferroviaria en Santiago de Compostela, entrega de premios y galardones por el Presidente del Consejo de administración de la Plaza de toros, homenaje en calesa a las damas de honor de las fiestas y sus acompañantes, música que calló en señal de duelo al arrancar la corrida… y tras los variados prolegómenos empezó el sexto festejo del abono que tuvo duración inusitada, cerca de las tres horas de reloj y que estuvo presidido por Manuel González García. asesorado por José Luis Ceballos.
Se lidiaron seis toros de Garcigrande y Domingo Hernández, nobles y bravos cuatro de ellos; uno bronco y mansote y otro que cerró corrida áspero y duro, para los diestros Juan José Padilla, oreja y silencio; Julián López, el Juli, ovación y saludos en ambos y Miguel Ángel Perera, dos orejas y silencio.
Abrió plaza el maestro Padilla que recibió y nos dio el susto de la tarde, primero al ser alcanzado en un ris rás por el «alegrita» que le descosió la chaquetilla de un derrote cuando puso el par de banderillas y luego, al intentar cuadrar para despacharle, hubo un momento que Juan José le perdió la cara al animal, preciso instante en que se le arrancó violentamente haciendo hilo con el torero y llegando a alcanzarle casi en el centro del ruedo y volteándolo sin consecuencias. Y eso que Padilla había puesto a revientacalderas la plaza por su valor, empezando la faena de hinojos al toro de Garcigrande y abriendo el serón de los aplausos sinceros de la concurrencia. Pero hay cosas que no se deben hacer nunca y es perder la cara a un toro, catón de torero que si no se cumple, la desgracia puede ser dura y complicada. Muestras de valor y arrojo, con pases marca de la casa y una estocada con derrame le hicieron acreedor a una oreja que paseó por el anillo con una bandera pirata, por aquello del parche en el ojo eviscerado del bravo torero.
En el cuarto de la tarde un mansote de solemnidad de nombre «presumido» que regateaba como futbolista avezado, se desató el desorden en el segundo tercio de la lidia, tras caerse uno de los banderilleros ante la cara del toro y encontrar la cuadrilla muchas dificultades para parear al toro. Luego, Padilla no encontró la tecla ante la mansedumbre del ejemplar y tras lograr recetarle una media estocada, salió corriendo como alma que lleva el diablo este garcigrande hacia la querencia de toriles, donde el diestro pinchó en tres ocasiones hasta conseguir la estocada que finiquitó al buenmozo.
Juna José Padilla ni miente ni engaña. Es así. Pero deberá estar más en forma para no tener que padecer lo que padeció con este cuarto castaño de la dehesa de Alaraz.
En segundo lugar actuó Julián López El Juli, torero al que nadie va a discutir su forma de entender el toreo, su pujanza, su fuerza y su sabiduría para conocer los toros. Entendió al de Domingo Hernández de nombre «maravilla» haciéndole la faena en los medios de la plaza, luciendo en la distancia al ejemplar y buscando siempre el terreno favorable para que la embestida del toro estuviera acorde. Acabó con unos pases de frente por detrás muy buenos, pero la espada no estuvo hoy a la altura de otras veces y tras pinchar y recetar una media estocada, tuvo que dar tres golpes de verduguillo.
En el quinto de la tarde, con las luces de artificio encendidas, saludó Antoñares por un buen tercio de banderillas y aquí en esta faena el Juli estuvo dominador, fajándose con el toro que tenía el nombre de «arrocero» y en sus genes la suficiente bravura y acometividad como para haber triunfado el diestro madrileño, redondeando la tarde. Su faena fue completa, interesante, poderosa, pero ¡ay! con la espada resultó un pinchauvas al conseguir una estocada, fea, que hizo guardia y necesitar cinco golpes de descabello para acabar su actuación. El público recordando su obra con la muleta y olvidando la infame estocada, le ovacionó con fuerza, saludando el diestro bien es verdad que contrariado desde el tercio.
Y llegó Perera, el de la Puebla del Prior, este muchacho espigado y largo en talle que toreó a «navegante», un buen toro bravo de Garcigrande que sería aplaudido en el arrastre por el público. Miguel Ángel había recibido con unos lances de recibo suaves y cadenciosos y visto cómo su peón de confianza Joselito Gutiérrez saludó al público por un buen par de banderillas, asomándose al balcón y haciendo la suerte como los banderilleros viejos. Perera, tras brindar al público, llamó a su enemigo desde el centro del ruedo y allí, a pies juntos, sin inmutarse le enjaretó un par de pases cambiados, enroscándose luego al animal alrededor de su cintura con poderío, clase y torería. La gente ovacionaba fuertemente al torero cada vez que una serie terminaba y ponía la pausa en la lidia, citando en la larga distancia. Ya recogido el toro, aguantó como un tío el parón del animal y con la muñeca embarcó la res en un palmo de terreno, pies quietos, produciendo él más la música de su torería que la interpretada magistralmente por la banda municipal que dirige José Manuel Formoso Abascal. Logró una estocada hasta la bola y la plaza se pobló de pañuelos y los aires se llenaron de un griterío ensordecedor pidiendo las orejas que le fueron concedidas, abriéndose ya para él la puerta grande al final del festejo.
Por eso no importó que con el que cerraba corrida , Perera tan solo escuchó el silencio del público que, pese a estar mojado por el calabobos que caía con fuerza, le despidió con una fuerte ovación de Santander.
Miguel Ángel Perera hoy, y que no se engañe Eva Peña su jefa de prensa con quien compartí la localidad, aunque ella saque dos pañuelos por falta de uno, pidiendo las orejas, como hace Clemente Castro cuando torea su hijo Luguillano, ha vuelto a interpretar la partitura musical de la torería con clase, entrega, fuerza y pasión. Que vuelva a la senda que nunca debió dejar es el mejor regalo que nos podía hacer a todos los aficionados en esta tarde de lluvia y recuerdo triste del día de Santiago, patrón de España y de aquí. Un beso, Eva.
Fotos: Archivo y López Garañeda
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