Al hilo de la escandalera que casi todos los días desde hace algunos se puede leer por esos blogs variados y variopintos que pueblan el espectro cibernético, respecto a la próxima Feria del Pilar de Zaragoza, en el que se hallan incursos, por un lado la Diputación provincial, por otro la empresa Serolo adjudicataria del canon de explotación y viéndolo tan ricamente desde el tendido el aficionado, dando pelos y señales, noticias y comentarios a cuenta de los tiras y aflojas y de «así está Zaragoza…» y tal y tal, como decía aquel inefable y famoso Jesús Gil, es más que bueno y beneficioso hacer un examen de conciencia de cuanto está sucediendo un día y otro en las programaciones de festejos taurinos por esos pueblos y ciudades españolas. Y viene siempre bien reflexionar, porque en este caso de la Fiesta de toros predomina mucho más el sentimiento que la razón.
Ya se sabe bien que el sentimiento lleva a identificar a un individuo con su pueblo, con su entorno familiar, con su región, con su nación y con él mismo, mientras que la razón se opone a todo ello, pues su función es separar y distinguir, tal y como quedó sobradamente demostrado en la obra y la filosofía vital de un bilbaíno universal, salmantino de adopción y conocimiento como fue Miguel de Unamuno.
Y aquí no es menos: Dos posturas encontradas, en litigio, en danza, que a la postre tienen que marchar juntas les guste o no, dicen y denuncian, tras el incumplimiento de un canon de arrendamiento de la pasada temporada, en tanto otra se afana por dar y sentir con la anuencia de la divulgación por televisión y sus condiciones, además de la cuenta de resultados mercantil, sin la cual sería imposible la existencia de cualquier negocio, máxime el de los toros que toca tantos y tantos aspectos humanos, ganaderos, sociales, políticos y de gestión.
Uno de los gritos recogidos en esas opiniones es el de un aficionado que dice con sentimiento: «Y a qué aficionado le importan los pleitos de la Diputación con la empresa, si los carteles están ahí. El que quiera que vaya y si no, a su casa. No mezclemos los asuntos de tribunales con lo asuntos taurinos». Y otro contesta con razón: «Auténtica vergüenza todo cuanto se lee, ¿cómo puede pasar esto en una plaza de la categoría de Zaragoza»?.
Zaragoza y su feria es un ejemplo de la dualidad que pervive en la vida humana: La razón y el sentimiento. Ambas deberían ir juntas buscando embridarlas para lograr lo mejor o lo menos malo, pero las dos en este caso se han destapado con una realidad conflictiva, dura y complicada, irreconciliable que no da los días de vino y rosas de otro tiempo pasado y aparentemente mejor.
Zaragoza es la feria taurina de cierre, a falta de ese San Lucas de Jaén, la última de la temporada. Y tras ellas bueno sería se abrieran los cauces de reflexión, de análisis y de búsqueda de soluciones a este negocio taurino que anda dando tumbos como borracho desconsiderado e incapaz, trastabillando los andares, aunque sin llegar a caerse en el suelo del desamparo. Y aquí las organizaciones, sean académicas, de aficionados, de periodistas o de empresarios, tienen mucho más que decir, en vez de demonizar tanto y tantas veces a cuantos están en el negocio taurino.
Foto: José Fermín Rodríguez
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