Había ganas el Domingo de Resurrección por ver el mano a mano en Madrid de Fandiño y de Morenito de Aranda, dos toreros que se mantienen en la parte secundaria del escalafón de figuras, pues como decía en mi muro explicativo inicial era un domingo de olor a romero y verdad: Mientras en Sevilla hoy olía a romero, finura y azahar, en Madrid huele a sentimiento, grandeza y verdad. El domingo de Resurrección en las Ventas había un mano a mano de singular importancia para dos toreros que están en la segunda fila de la moda, pero en la primera de la atención del aficionado que queda. Dispuestos ambos, uno doblándose y recordando la fallida encerrona del año antes ante un concurso ganadero de excepcional trapío y hueros resultados y el otro, con la fe renovada y las ganas en sazón en este comienzo venteño de la rueda de la fortuna para su torería. Vamos por partes.
La tremenda profesionalidad de Fandiño se vino arriba ante el último de la tarde, un escurrido sobrero de José Luis Pereda, bravo y noble, aplaudido en el arrastre, al que le instrumentó una faena poderosa, con algunos matices carentes de temple al enganchar las telas, pero rubricada con la increíble y excepcional acción de la estocada final tirándose a matar o morir. Y no es una figura retórica sino una realidad palmaria. Iván veía que se le iba en el mano a mano el tren de su demanda cartelera, al haber dado muestras ante sus dos primeros flojos, broncos y descastados toros de Martín Lorca de una endeble forma de torear, sin sitio, ahogando la res y con escaso temple de majeza y arrimo al que nos tenía acostumbrado en otras temporadas.
Aquello fue un postre a la corrida, merecedor de premio pero que el Presidente del festejo, Justo Polo, no consideró suficiente la reclamación y demanda de pañuelos blancos exhibidos en los tendidos. Esta acción por sí sola ya dio sentido, como lo hacían aquellos quites del perdón, a una falta de finura, mando, temple y elegancia exhibida en toda la corrida por el de Orduña. Que Fandiño es torero, de sangre y sudor, no puede ponerse en duda. Y eso hasta él mismo lo comprendió tras brindar el último cartucho que tenía tras la devolución de un toraco como «consentido» cuajado y con romana salido en último lugar del festejo. «Desmamado» se llamaba el negro listón de Pereda, escurrido de carnes, pero con trapío más que suficiente que lo sustituyó. La última acción del diestro, al tirarse a matar entre los cuernos del toro, recibiendo una voltereta de cuidado que lo dejó medio conmocionado y que pudo haberlo desgraciado, se fue como el ¡¡uufff!! en el quite del que abrió plaza cuando fue cogido sin consecuencias y que nos los puso de corbata, al ser zarandeado en el pecho.
Y Jesús Martínez, Morenito de Aranda, el torero que tiene de mentor al maestro Ortega Cano quien pasó por el callejón acicalado, tapadas las canas, de punta en azul, para seguir a su pupilo, nadie le puede discutir que es un torero de clase y con clase, con elegancia para torear. Hoy dio un par de trincherillas de auténtica belleza y compostura del arte de torear. Bien es verdad que ante el tercero de la tarde un quisquilloso cuajado y noble, Morenito alargó en demasía la faena sin templar la embestida debido a los cabezazos del toro. Lo mejor de este ejemplar estuvo en el tercio de quites de ambos toreros. Tras una estocada desprendida y entera, silencio. Esto iba, como os diría, para que me entendáis: ni fu ni fa.
En la exposición aquella estas notas: Ante el quinto de la tarde, no mejora nada. Dan la luz en el coso y la noche torera se cierne en Madrid. Poco y sin demasiada sustancia. Esto quita las ganas pues no acaba de romper. Morenito cumple, y el «gabacho» de Martín Lorca un perraco descastado. Eso sí bien presentado. Silencio y pitos al toro.
Morenito mostró su manera de presentar el toreo eterno y grande que lleva dentro en el primero, un bronco, descastado ejemplar, pleno de peligro y aviesas intenciones por el pitón derecho. Se fajó con él y dibujó una faena digna rematada con estocada, tras pinchazo y aviso de la Presidencia. Por ello fue ovacionado por el público.
De manera que los espectadores que han participado hoy y que han abucheado con fuerza en algunas ocasiones, no se han olvidado de los servicios veterinarios, ni de pitar todo el encierro de Martín Lorca en el arrastre, aplaudir al sobrero de José Luis Pereda, y se han ido todos con cierto rictus de decepción pintado en el rostro, aunque disimulado por la torería y valor del principio y el final de este pasional mano a mano de Morenito y Fandiño. Aunque si los principios y postres fueron algo así como los que prepara mi amigo Pedro Barragán en su cocina de La Colina, ya de por sí mereció la pena el viaje y la atención a la catedral madrileña del toreo y del toro un domingo de Resurrección.
FOTOGRAFÍAS: José FERMÍN Rodríguez.
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