Leandro Marcos, torero de la tierra, ha sido el primero esta vez en todo: Primera oreja, primera cogida, primera emoción… El toro de Jandilla, 5º de la calurosa tarde, de nombre “despótico” de 534 kilos de peso estaba entrando y atendiendo a los cites del animoso torero vallisoletano y toresano hasta que en uno de los encuentros por el pitón izquierdo se revolvió y enganchó al diestro, propinándole una cornada en la parte de atrás de la pierna izquierda, a la altura de la corva, por la que tuvo que ser operado en el quirófano móvil de la plaza y posteriormente trasladado en ambulancia a un centro hospitalario de Valladolid.
Había brindado Leandro a sus compañeros de terna Morante y Cayetano y, si ya había triunfado al cortar una oreja a “zacarías” con 490 Kg de romana, lidiado en segundo lugar, la cosa se ponía a revientacalderas, con el público entregado pues contemplaba una de las faenas más señeras, bonitas y templadas de las que Leandro guarda en su manual. Con la mano derecha había encandilado al público con derechazos llenos de hondura, sometiendo a la res y haciéndola seguir el engaño con codicia. Tras probar con la izquierda, el animal también responde y el diestro se estira y dobla el talle como un junco, colocando al muleta plana, sin trampa, de frente. Al quinto natural, el toro gira en la mitad del recorrido y enhebra al diestro, lanzándolo al aire y alcanzándolo con un golpe preciso en su pierna izquierda.
Todo el mundo ve la cornada y la extraordinaria peligrosidad que tiene, pues la herida se halla agrandada como consecuencia del basto y romo cuerno del toro. Rápidamente las asistencias llevan a la enfermería quirófano móvil al torero quien es operado de urgencia y, una vez concluida la intervención, una ambulancia parte para Valladolid alrededor de las 10 de la noche, acompañada de un coche de policía que abre camino por las calles y carreteras de Toro.
Pero en fin, las otras cosas que sucedieron pueden relatarse de la siguiente manera:
El 18 de julio de 2010, tras una labor ingente, especial, soberbia y señera de restauración, el recinto salvado de la destrucción y de la piqueta demoledora, luce sus galas y colorido con un garbo y una puesta en escena meritoria, digna de reconocimiento por el esfuerzo de quienes lo han hecho posible, pero con la incomodidad propia del corral de toros de principios de siglo cuando los tablados presentaban hacinados los grupos variopintos de personas en estrechamientos fastidiosos, de auténtica mortificación, desazones y contrariedades que damos por bien empleadas al asistir a un acontecimiento histórico para la ciudad.
Muchas palabras, y bien puestas, negro sobre blanco, han sido dichas por las plumas más expertas en esto de contar un acontecimiento. Los periódicos de papel y del moderno aire cibernético se han entregado a la causa de contar esta bella y antigua tauromaquia del domingo central del verano, de luz y moscas, esplendor y majeza, popularidad y fiesta. El día 28 de agosto de 1828, festividad de San Agustín patrono de Toro, se inauguraba este singular coso taurino en el que hizo su primer paseíllo uno de los más destacados toreros, Francisco Montes Reina, «Paquiro», uno de los grandes renovadores de la lidia, sobre todo en el tercio de capa por su concepción del toreo.
Casi dos siglos, exactamente 172 años después, pisa su albero el sucesor de Paquiro, José Antonio Morante Camacho, Morante de la Puebla, que es quien parece detener el tiempo por la lentitud del pase, con el pellizco andaluz y el remate de la media de frente con la pata alante y la punta del capote desmayándose entre sus dedos, pero que esta vez nos lo ofreció con cuentagotas en una lidia brindada al alcalde de Toro, Jesús Sedano. Así quiso expresarlo con «Cartelero«, toro negro, flojo y noble de Borja Domecq de 495 kg de peso, que fue quien abrió la inauguración y el festejo a las siete menos cinco de la tarde.
El segundo de los espadas es Leandro Marcos Vicente, Leandro, el torero de Villafranca, a quien todos conocen y a quien hemos visto torear como los ángeles no hace tanto tiempo. Está en el momento más dulce y maduro de su carrera. Leandro y Morante, Morante y Leandro, ambos, en algunos momentos han sido capaces de forjar un cuadro imborrable en la retina del espectador por entre los vuelos de un capote y con el marco de la plaza rodeando el aleteo de la capa.
Cayetano Rivera Ordóñez ha venido a Toro con la saga de los de Ronda, lugar de la primera maestranza del toreo. Su duende y su vértigo, sobreponiéndose a las dificultades, hace crujir sus huesos, apagados por el resoplido de un toro bravo. Y al fin y a la postre ha sido el triunfador del festejo al cortar cuatro orejas, dos en cada uno de sus enemigos.
En el primero sobresalió la estocada recibiendo propinada a su enemigo y en su segundo de nombre “flamante” que cerraba plaza y corrida su muñeca y su colocación, su temple, su arte en una palabra, encandilaron a la afición. Sería el presidente de la corrida, Rafael San José, asesorado por Andrés Vázquez, quien otorgaría los premios al torero de la dinastía Ordóñez. No quiso salir a hombros por la puerta grande de la plaza, por la situación de su compañero Leandro, pero sí lo hizo entre las aclamaciones y los gritos de “torero”, “torero” del público que se agolpaba en la puerta.
Ojala, ese es nuestro deseo, la plaza de Toro vuelva por donde solía y siga acogiendo a cuantos gustan de esta singularidad española, genuina y propia, como es la fiesta de toros. Y hoy Toro ha revitalizado la tauromaquia con afición, incomodidad y recuerdo del ayer. Por eso, en la montera del viento hoy iban muchas cosas y una de ellas, la más importante si cabe, el agradecimiento por su esfuerzo a todos cuantos han hecho posible esta realidad y el ánimo a Leandro para que se recupere y pronto vuelva al tajo.
PARTE MÉDICO DE LEANDRO MARCOS «Herida por asta de toro en cara interna del muslo izquierdo que interesa extensamente piel y tejido celular subcutáneo con una trayectoria de 20 cms. Dislaceración muscular con una trayectoria ascendente de 14 cms. que no interesa órganos vitales. Pronóstico grave».
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