Bordó el toreo LEANDRO en Valdemorillo en ambos toros, pero- siempre tiene que haber un pero- fracasó con el estoque. Y eso que tenía ya al tendido entregado tras su faena al segundo de la tarde, marcando los tiempos, toreando con enjundia, empaque, gracia y hermosura. Los dos toros con divisa azul y oro de Peñajara “Tesuguita” y “Generoso”, dos castaños de pelaje, hicieron que la muleta de Leandro volviera a situarnos en un toreo de grácil tipo, belleza sorprendente, fugaces momentos llenos de torería. Arqueando la cadera, ofreciendo la muleta, plana y de frente, sin trampa ni pico, alargando el muletazo hasta lo indecible y rematando con galanura, ofreciendo seriedad torera y arte por arrobas. Leandro que es mucho Leandro ha revindicado su puesto en el escalafón de la torería de lujo.
Aunque luego llegara la hora de perfilarse para matar a sus enemigos y la entrada entre las péndolas de la res, produjera que el brazo fuera encogido, sin la fe que debe ponerse en el instante supremo que siempre marca a un matador de toros. Al primero le arreó una caída chalequera, un sartenazo en toda regla que derramó y derribó al animal patas arriba, lo que produjo una petición de oreja insuficiente a juicio de la presidenta del festejo, la alcaldesa de Valdemorillo Pilar López Partida. Leandro saludó desde los medios recogiendo una ovación y haciendo gestos ostensibles, ante la instancia pidiéndole diera la vuelta al ruedo de que al próximo sería.
Y la verdad que así fue. El quinto de la tarde cumplió con el dicho, “no hay quinto malo”. “Generoso” un castaño de 517 kilos de romana, bravo y encastado como casi todo el encierro salvo el bastote y desclasado cuarto, iba y venía tras los vuelos de la muleta que le ofreció con verdad Leandro. Especialmente con la mano derecha toreó con entrega y verdad, completando el pase y haciendo girar al animal alrededor de su talle, que doblaba como un junco mecido por el viento, fijando las zapatillas en el albero y componiendo la figura más torera de las que hemos visto en Valdemorillo.
De nuevo con el estoque pinchó en hueso al primer intento. Media en su sitio y descabello a la primera hicieron que esta vez la petición del público fuera atendida por la presidenta de la corrida, concediendo la oreja ganada a ley que, esta vez sí, paseó por el anillo entre las aclamaciones y los aplausos del público.
Creo que el vestido aceituna con cabos negros en los remates y oro le dio a Leandro suerte, la misma que personalmente le deseé en el patio de cuadrillas unos minutos antes de hacer el paseíllo.
Abrió la corrida el diestro Miguel Abellán, hecho y asentado y como en su primero cobró una estocada en todo lo alto, aunque perdiera la muleta, fue premiado con una oreja de “novicio”, el primero de la tarde, muy flojito, especialmente acrecentada la flojera tras la suerte de varas en la que dio un susto al picador Francisco Tapia tras derribarlo de su cabalgadura. Abellán, aseado, cumplidor nada más, con sitio y mejor en el primero que ante el burraco y bastote cuarto, empezó muy bien con los lances de recibo, jaleados y aplaudidos por el respetable, pero se desinfló la cosa que prometía al principio.
El tercero en la corrida era Alberto Álvarez, torero aragonés de Ejea de los Caballeros ya madurito, en la treintena de años cumplidos y con poca práctica del oficio.
Le tocó un tercero de nombre “riachuelo” al que le propinó casi cuarenta muletazos, unos mejor, otros peor, a tirones, demostrando poco sitio en esto del toreo. El matador realizó una faena más insulsa que aprovechada en sus dos oponentes, resultando mejor el tercero que el sexto. Así en el que presentaba credenciales la faena resultó algo fría, anodina, sin chicha ni limoná, y tras un pinchazo trasero agarró la estocada que mandó al desolladero al burel. En el sexto que cerraba plaza y corrida, llamado “punzonero”, lo recibió, con lances muy aplaudidos, a los sones de la banda de música de Valdemorillo que interpretó la típica jota. Se ve que el barullo de bombos y palmas, distrajo de su concentración al espada y no sacó demasiado de un pozo de bravura prácticamente seco esta vez.
Cuando ya caía la noche, emprendimos regreso a nuestra tierra, entre luces de estrellas, a la abrigada de la sierra madrileña y de la silueta magnífica, esplendorosa y solemne del monasterio del Escorial. Atrás en Valdemorillo y su plaza de la Candelaria en el recuerdo titilaba la torería y el pálpito de Leandro, el buen hacer de Abellán y el cumplimiento de Alberto Álvarez ante seis toros de Peñajara.
Valdemorillo (Madrid). Sábado 6 de febrero. 3ª de Feria. Casi tres cuartos esponjados de plaza.
Toros de Peñajara, correctos de presentación.
Miguel Abellán, oreja tras aviso y silencio.
Leandro, ovación y saludos y oreja.
Alberto Álvarez, palmas y silencio.
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