Con cierta reticencia acudíamos a Ledesma, la bella localidad salmantina llamada en lo antiguo Bletisa, a presenciar una corrida anunciada de ocho toros y cuatro diestros toreros que se enfrentaron a ella, en la modalidad de concurso de ganaderías, bien es verdad por lo que se vio después que sin cumplir escrupulosamente el reglamento taurino en lo que respecta a este tipo de lidia de toros y por lo que deja en su articulado escrito. Sin embargo hasta en eso tuvo cuidado la organización para explicar por el servicio de megafonía antes de empezar la corrida alegando que » los participantes se habían puesto de acuerdo para llevar a efecto el orden de lidia de los toros en lugar de hacerlo por su antigüedad«. El ruedo cuidado, aunque más polvoriento de la cuenta, con las ocho divisas ganaderas dibujadas alrededor de los tableros; alegría en los tendidos, bullicio y expectación de una entrada próxima a los tres cuartos largos; llegada de la reina y damas de las fiestas patronales en una calesa conducida por un vecino ataviado con el traje charro, mientras un tamborilero amenizaba el compás y la bajada de las chicas que fueron recogidas por sus parejas, de traje y corbata, llevándolas del brazo al palco a presenciar la corrida; algo de viento que sopló a rachitas; luz y sol, colorido y vida.





Y vamos a la lidia en sí, recogida en notas puntuales y a veces deslavazadas por la largura en el tiempo, pero que ahora es preciso hilarlas, unirlas y darlas el cuerpo necesario para contar esa vivencia taurina de una Villa salmantina, orgullosa de su pasado y emprendora de singladuras originales taurinas al detalle.
Se lidiaron ocho toros de otras tantas ganaderías: El primero de Antonio Palla, de nombre «murciano» de 502 Kg de peso, noble y aplaudido en el arrastre. El segundo de El Vellosino, de nombre «colombiano«, noble y bravo, de 520 kg de peso. Como tercero se lidió a «potrillo» de Pedraza de Yeltes, con 510 Kg de romana, bravo y bien presentado que derribó al caballo. En cuarto lugar saltó «lucero» de El Pilar, de 520 kg, encastado y noble. Como quinto se lidió a «ventanero» de El Puerto de San Lorenzo y de 502 kg de peso, bravo y aplaudido en el arrastre. Como sexto de la tarde saltó al ruedo «profesor» de Adelaida Rodríguez, bravo, de bonita lámina que padeció descoordinación nerviosa en alguno de sus movimientos, pese a lo cual embistió codicioso, aplaudido en el arrastre. En séptimo lugar salió «baratero» de Caridad Cobaleda, toro patas blancas característico del encaste Vega Villar, bravo, duro y noble, ovacionado con fuerza en el arrastre y cerró corrida «bailador» de Pedro Gutiérrez Moya, grande, noble, que derribó al picador, pero que hizo amagos de rajarse en varios momentos de su lidia.







Tres horas y media largas después del comienzo de espectáculo salíamos de la plaza comentando muchas cosas vistas hoy en Ledesma, especialmente la bravura y el comportamiento de algunos de los toros lidiados hoy; de la valentía y grandeza del toreo en algunos diestros; de un póker de fenomenales toreros que hay en tierras de Salamanca; de una cuadrilla inmensa, conocedora, entregada, sabiendo hacer las cosas y poniendo su sapiencia en los primeros tercios; de unos toros en el tipo de cada encaste, clamando a las alturas para que en plazas de mayor categoría se organicen espectáculos similares, garantía de éxito, pique, grandeza y dar a conocer los productos ganaderos diversos en fenotipo y genotipo. Y eso se ha visto hoy, por ejemplo, en la lidia de un toro de Caridad Cobaleda, en el tipo de Vega Villar, patas blancas, bien armado, duro, noble y escurridizo que exigió al torero que lo lidió, Eduardo Gallo, un esfuerzo tremendo de entrega y pasión, torería, riesgo y hermosura, dominio y valor. Y todo eso lo puso Gallo esta tarde ante este toro.
Corría el escalofrío por las espaldas de más de un aficionado viendo cómo el torero salmantino Eduardo Gallo, arriesgando los muslos, la vida y el alma, sometía, citaba, templaba y mandaba al Cobaleda que humillaba hasta arrastrar el hocico por la arena, pero que daba unos derrotes casi al final del muletazo que de no estar preparado, habría habido algo más que lamentar. Fue bien picado por Francisco Tapia y este «baratero» encarándose, levantando la testuz fijamente hacia su lidiador ya imponía su encastada mirada a quienes lo veíamos desde el tendido. Pinchó sin soltar el torero y recibió un aviso de la Presidencia. Cuadró de nuevo y recetó una estocada hasta la mano recibiendo una oreja merecida, mientras el público prorrumpía en aplausos fuertes, emotivos, sinceros hacia el toro cuando era llevado al desolladero por el tiro de mulillas.
Digno había estado Eduardo en el primero de su lote, el de Pedraza de Yeltes, cuya presencia en el ruedo se alargó excesivamente, al derribar al picador y dar una cornada al caballo en el cuello profunda y grande. Tanto que un monosabio se quitó la blusa roja y haciendo un pegote la introdujo entera en el boquete de la cornada, intentando cortar la abundante hemorragia del equino, al que tras levantarlo se le retiró fuera de la plaza. Entre las idas y venidas, el derribo, colocar de nuevo en suerte al toro con otro jaco pasaron diez minutos interminables, llenos de congoja entre las cuadrillas y los monosabios por desvestir del peto al animal, levantarlo y asistirlo en su lesión.
El triunfador de la tarde resultó ser Domingo López- Chaves quien salió por la puerta grande al desorejar a ambos toros de su lote. En el primero Minguín se fue a porta gayola para abrir boca y corrida y luego de rodillas en el tercio recibió al «murciano» de Palla. Un buen par de banderillas muy aplaudido de Jesús Talavant y el brindis al público, a sus paisanos, de López Chaves. Su faena estuvo muy aseada, corriendo la mano con temple en la muleta, sin enganchones y dándose un arrimón final antes de pinchar arriba y encontrar la estocada buena con la que finiquitó la historia de «murciano«. Cortó otra oreja en el quinto de la tarde del Puerto de San Lorenzo y al que el subalterno Javier Gómez le colocó los rehiletes con oficio. Chaves toreó como le dijeron desde el callejón sus mentores: «Muy despacito torero que tú sabes». Una estocada un pelín desprendida acabó con el ejemplar, recibiendo una oreja por su labor.



Javier Castaño que venía de su corrida cierre de San Isidro en Madrid ante los de Cuadri estuvo, pese al dolor de la mano, la lesión que viene arrastrando y de la que se quejó en algunos momentos de la lidia, especialmente al entrar a matar, estuvo fenomenal con el de Adelaida, un precioso y bravo toro, en el tipo lisardo, aunque con un problema de descordamiento que le impedían apoyar las patas no sin dolerse. Había sido lucido en varas el toro, colocados los pares de banderillas por Adalid y Fernando Sánchez. En el tercer par el quiebro y la ejecución de la suerte quebró al animal de tal forma que lo echó por tierra. Castaño se dejó rozar por el pitón haciendo un alarde de valor, colocación y forma de citar cruzándose al pitón contrario. No mató bien y escuchó una ovación al acabar su faena. Y eso que había cortado una oreja al del Vellosino que fue cuatro veces al caballo, una de ellas colocándole solo el regatón, Además le recetó una estocada recibiendo, perfilándose en la larga distancia y llamando al toro con la verdad por delante, lo que le valió una oreja.
Y el cuarto en esta larga corrida de Ledesma fue Pedro Gutiérrez El Capea, a quien su padre siguió atentamente desde el tendido, acompañado de su familia y del torero Miguel Ángel Perera. El toro que le tocó a este diestro en primer lugar fue un toro que estuvo muy por encima de su trasteo, aunque muy valiente, dándole unos lances de rodillas. El toro había rematado abajo en las tablas, rompiéndolas y acudía presto y noble a los cites. Sin embargo el Capea no tuvo ligazón ni continuidad en su faena, casi siempre citando fuera de sitio. Lo mejor de todo su estocada que le hizo acreedor de una oreja de su enemigo, pese a recibir un aviso del usía. Y en el que cerraba plaza un toro murubeño de su ganadería, grandote, que derribó al caballo y que tuvo una arrancada larga y bonita al caballo en su segunda vara, lo toreó con más ganas, más entrega y con el deseo de agradar a la concurrencia. No obstante muchos espectadores empezaron a abandonar el recinto taurino, posiblemente cansados ya de tanta largueza y tiempo echado en la corrida de esta tarde, apurados unos en las vejigas y en su necesidad de vaciarlas, otros deseando marcharse a quitarse la polvareda de las cabezas, gafas y jerseys y enjuagar la boca con agua, pues pese al riego del coqueto camión de bomberos municipal en dos ocasiones, la tierra de la plaza está mal asentada. Pedro Gutiérrez logró otra oreja, tras recibir un aviso y con Domingo López Chaves salió a hombros de la plaza.

Una vez, realizadas las comprobaciones de los responsables que dieron los premios de este concurso de ganaderías fue premiado el toro de El Capea de nombre «bailador» corrido en octavo lugar. El premio al mejor torero fue para Eduardo Gallo. El mejor picador recayó en José Manuel Nogales, de la cuadrilla de Chaves. Y el mejor par de banderillas recayó en el subalterno Fernando Sánchez, de la cuadrilla de Castaño.
En resumidas cuentas, una muy buena tarde de toros la pasada en Ledesma donde los organizadores han hecho de esta población salmantina un referente taurino sin parangón entre las poblaciones de su categoría y ello gracias al conocimiento, a la afición y a la entereza de un taurino como la copa de un pino llamado José Ignacio Cascón. Y eso ya merece por sí solo aparecer como destacado en esta crónica de circunstancias.
Fotografías: José Fermín Rodríguez
Deja una respuesta