
Abrió Ledesma su plaza en la granítica mole de su ubicación en donde el polvo es más polvo y no deja sana a la garganta, pues casi ni respirar se puede, pese a que el camión de bomberos municipal echa un riego generoso a la mitad de la corrida para alivio de cuantos nos encontramos entre sus venerables muros para presenciar la extraordinaria corrida, sobre el papel, del Centenario. Tres toreros estaban acartelados como grandes y aceptados, uno seguro que el número uno del escalafón en estos momentos, Miguel Ángel Perera, oreja y oreja; otro mediático y singular, Cayetano, aplausos y ovación y un tercero, no por ello menos importante, el profeta en su tierra, Domingo López Chaves, dos orejas y ovación. Y para ellos una corrida de Vellosino, elegida a moco de candil para la ocasión, terciada, sin fuerza ni fuelle, pero noble en su embestida, con la que solo se simuló la suerte de varas en seis picotazos y a otra cosa mariposa.

Ante el casi lleno del tendido abrió plaza «colombia» de 530 kilos anunciados, noble y aplaudido en el arrastre, pero sin fuerza. El segundo, para Perera, anovillado, noble y flojo. Un «alcaraván» de 460 kilos para Cayetano, manso y rajado. El «rufito«, lidiado en cuarto lugar, noble y sin fuerza. El «Alpargatero«, quinto por aquello de no haber quinto malo, el mejor del encierro, al que ni se le picó, para que tuviera mayor movilidad, y al que Perera le instrumentó una faena encimista, poderosa, brindada al público y haciendo las cosas con temple y armonía. Cerró plaza y corrida del centenario «cigarrero» de 460 kilos, bravo y noble pero con escasa fuerza. Primero y quinto fueron aplaudidos en el arrastre. El tercero y el cuarto pitados cuando el tiro de mulillas los llevaban al desolladero.
La plaza presentaba las barreras engalanadas con guirnaldas de colores en todo su recinto. La Banda de música de Villamayor, dirigida por Pedro Hernández, interpretó tras el pasodoble del despejo el «cumpleaños feliz» desde el centro del ruedo, La reina de las Fiestas y sus damas de honor entraron en calesa a la plaza siendo recibidas por sus acompañantes en un ritual de juventud y tradición. Durante la faena de muleta de los toreros, un espectador se arrancó por fandangos a capela para amenizar la misma entre un silencio respetuoso.

Nadie va a discutir aquí la importancia que tiene Ledesma para la fiesta de los toros y su aportación, aunque la celebración de hoy, con la salida a hombros de López Chaves y Miguel Ángel Perera se antoja más triunfalista que por lo visto en el ruedo a cargo de los diestros que además pincharon varias veces. Solo Domingo López Chaves despachó al que abrió plaza de una entera en el sitio y Perera al segundo de una entera caída. El resto, en plan pinchauvas como decía el maestro Esplá cuando no se acertaba con el estoque en la yema. Sin embargo, los pañuelos y sobre todo los gritos y silbidos de los espectadores que piden la oreja de esa manera, obligan al presidente de la corrida a condescender y así evitar el barullo siempre desagradable para quien está en el palco.
De todos modos, esta corrida del Centenario, triunfal para dos de los toreros, con salida por la puerta grande no pasará a la historia ni a los anales taurinos por haber sido un dechado de raza, fuerza, acometividad, presencia y casta de los toros lidiados.
Empezó bien Minguín López Chaves con el que abrió plaza que golpeó al picador de la puerta tirándolo al suelo, con un quite por chicuelinas y al que desorejaría por partida doble y que había brindado a su tío Ignacio López Chaves. El público estaba con él y Domingo, con entrega y mano izquierda sacó una faena aseada, emotiva, de cierto regusto, siendo aclamado por sus paisanos. Tras lograr una casi entera, las dos orejas de su enemigo cayeron en el esportón del torero de Ledesma. En su segundo pinchó un par de veces hasta lograr la estocada recibiendo la ovación reconocida del público.
Miguel Ángel Perera hizo un toreo casi, casi de salón con el noble «alpargatero» corrido en quinto lugar, por aquello de no haber quinto malo, al que le hizo un quite por gaoneras en el centro del platillo. Con la muleta, fácil y con temple en todo momento instrumentó una gran faena al burel dejándose tocar los muslos con el pitón y poniendo a la plaza en pie tras un desplante. Tres pinchazos necesitó, el primero sin soltar, sonando un aviso y, con petición más bien escasa, recibir la oreja como premio por su faena artística, poderosa, llena de emotividad y arte. En el segundo de la tarde, brindado a Esperanza Aguirre, recibió una oreja.
Bien es verdad que estos toros no tenían «cara de hombre» ninguno de ellos, sino que eran más bien «barbilampiños» como me dijo un gran aficionado que presenció la corrida, dándome a entender que los toros no tenían la presencia que en otras ocasiones ha puesto en escena la plaza de Ledesma.
Y Cayetano a quien el mansote y rajado tercero le dio un susto en los terrenos de toriles, aunque el percance no revistiera gravedad alguna al menos aparentemente, toreó muy bien al natural al «cigarrero» que cerró corrida colocándose estupendamente, citando de verdad y alargando el muletazo, pero que mata con un brinquito antiestético, un saltito, que por no haberlo visto al menos me parece cuando menos extraño. Recibió un aviso.
En resumidas cuentas, la corrida del Centenario enorgullece a una población que tiene al toro como estímulo y garantía de sus fiestas, que ha estado cien años dando toros y que, lo deseamos de corazón, siga dándoles otros cien más con el acierto y dedicación con que lo ha hecho hasta la fecha, pero con la grandeza que debe tener siempre la consideración de la Fiesta, el respeto a la misma y su cuidado formal. Y en el mejor recuerdo, la cara alegre de la niña que recibió de Domingo López Chaves las dos orejas de su toro.
















Fotos: José FERMÍN RODRÍGUEZ
Deja una respuesta