León, Burgos y Zamora han puesto los carteles de su feria taurina en circulación en honor de San Pedro y San Pablo, los dos grandes apóstoles del cristianismo con su reclamo para tantos y tantos aficionados como gustan de esta espectacular fiesta de toros. La verdad que León, Burgos y Zamora echan la casa por la ventana con un programa taurino más que importante, pleno de interés, con carteles en los que las grandes figuras están integradas en esta actividad vocacional de orgullo por el toreo y la fiesta de toros.
Son tres equipos empresariales distintos pero que saben conjugar la acción de la oferta con la demanda, aspecto más que importante en este menester mercantil de organización de festejos taurinos para que resulten rentables económicamente que nadie da duros a cuatro pesetas como se dice en el argot.
Si San Juan baja el dedo en la eterna Soria, con la saca y su fiesta genuina con otra feria de usía, promoción y grandeza, continúan León y Burgos y Zamora en un abanico de colores y amalgama de arte, serenidad y cariño por la fiesta de toros, que no podemos por menos que felicitar a todos ellos: Alberto, Antonio, Carlos y sus equipos colaboradores echan a andar un verano en Castilla y León como no se recuerda y que a buen seguro tendrá una guinda indiscutible, añorada y demandada allá por septiembre en Valladolid,
Las Ferias de León, Burgos y Zamora están ya en capilla a un mes escaso, en un tiempo que abría Soria por San Juan y que por razones de tradición será quien cierre las mismas, bajando el dedo de su marca y señal significativa.
La fiesta de toros acaba de romper con una faena de Andrés Roca Rey en Madrid a la que he podido ver íntegra desde la vieja Italia, con la emoción y la añoranza de emocionarnos y sentir el toreo de un peruano que está encumbrado por méritos propios, arrojo, valor, valentía y sentido honrado y cabal en lo más alto del escalafón, de la despedida de un torerazo ya en los anales de historia taurina, El Cid, y de la actitud digna y resuelta de un López Simón que vuelve a sonreír. Una corrida que he podido ver entera a la sombra augusta de una torre y allí en el lugar en donde corren los caballos una carrera por la hermosa plaza de Siena, la imagen emocionada, agradecida, señorial, dolorida y leal a su convicción torera de un muchacho de Perú aclamado en una salida triunfal por la puerta grande de las Ventas. Eso es el toreo eterno, esa es una grandeza que nadie nos podrá quitar nunca por muchos que se empeñen.
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