La generosidad del palco presidencial de la plaza de toros de Valladolid transformó en triunfo apoteósico lo que resultó en realidad un festejo entretenido, una corrida más de las muchas que pueden verse hoy en día por arte de birlibirloque o de la varita mágica de la generosidad antes que la cicatería, mostrando a los diestros el camino que se cimenta sobre la compensación. Un gran error, que se minimiza en ocasiones, entre un aficionado cabal y el público que se muestra vociferante y exigente para que se entreguen los máximos trofeos a los diestros. Tal como sucede en el deporte rey del fútbol cuando el árbitro para tapar un error anterior, compensa al equipo perjudicado antes. Pero en fin, las cosas son como son y nuestro cometido es contarlas poco a poco.
De esta manera los diestros anunciados con una corrida que César Rincón trajo a Valladolid, Rivera Ordóñez, El Juli y Sebastián Castella salieron por la puerta grande de la plaza tras cortar nada menos que siete orejas a todo tren. Rivera dos; Juli, tres; y Castella, otras dos en el que cerraba tarde y corrida. Y el público insistiendo con sus pañuelos y sus voces para que se entregara el segundo trofeo y así el día de la Patrona de Valladolid, la Virgen de San Lorenzo, se recordará como el día de la generosidad.
Se lidiaron toros del Torreón, flojos en general y nobles salvo el quinto de la tarde, un colorado ojo de perdiz, de nombre «clavelillo» que resultó bravo y encastado para la muleta de su lidiador, en este caso El Juli, que fue aplaudido en el arrastre y el sexto de nombre «rebeco«, noble, en el que Castella cimentó su éxito.
Bien creo que la comida´en el día de la Patrona y la sobremesa posterior fijó en muchos espectadores que hoy era un día para el triunfo de los toreros. Vegueros en las bocas de fumadores, ganas de dar y que triunfen los diestros, y todos contentos. Pero por lo visto, faenas completas en sí mismas nada más lejos de la apoteósica realidad.
Rivera Ordóñez exprimió a su primero, un limón con muy poco zumo, intentando y señalando pero no cruzándose ni lidiando como marcan los cánones. En el noble cuarto que recibió dándole una larga de rodillas, para enseguida, a pies juntos, verónicas jaleadas por el tendido, sin solución de continuidad y con señalar un picotazo, banderilleó el diestro. Los espectadores agradecieron el detalle con aplausos.
Luego con la muleta una serie con la derecha y un cambio de mano lo más reseñable de la faena. Se perfiló para matar y cazó al animal con una estocada caída, con derrame, que resultó fulminante. Los pañuelos al aire del coso, gritos, silbidos… y la Presidencia, sin más ni menos y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, le otorgó las dos orejas al bueno de Paquirri que paseó en medio del entusiasmo prácticamente de los tres cuartos de plaza de espectadores que acudieron a esta corrida de toros.
Si ya estaba marcado el rumbo, Juli toreó al primero de su lote intentando citar perfectamente, con una serie hacia afuera, sacando el toro a los medios al mismo lugar en donde su banderillero Emilio Fernández había dado un peligroso resbalón en el tercio de banderillas. Una estocada con saltito hasta la gamuza, mató al animal y fue premiado con la primera oreja.
Donde estuvo Juli en torero, maestro sobrado, seguro, firme, con temple y señorío fue ante el quinto de la tarde, ese clavel magnífico y encastado de El Torreón, al que cortó dos orejas. Su faena fue un dechado de virtud torera. Por la izquierda, por la derecha, hasta el pase cambiado, llevó siempre largo al animal, luciendo su embestida y garantizándose el éxito. Las aclamaciones surgían espontáneamente de las gargantas y el joven torero apoderado por Roberto Domínguez, sonreía y asentía. Cumplida y completada la faena había, paradójicamente, que terminarla con la estocada. Se tira a lo alto y con un saltito logra enterrar el acero, pero con asomo por la barriga del toro, al atravesarle como palillo a la aceituna. Un sartenazo en toda regla, más para recriminar que para premiar, añadiéndose además un certero golpe de verduguillo. Sin embargo se ve que la visión del palco no era la correcta y fueron otorgadas las dos orejas de la res.
Cerraba terna Sebastián Castella, el francés valiente y entregado, al que no le importa dar salida al toro por sitio y espacio inverosímil, exponiendo los muslos y la taleguilla. Al primero de su lote, manso y rajado, además de flojo, peor lidiado por la cuadrilla, le instrumentò un par de estatuarios en el tercio y luego en los medios, sin mover ni un músculo. Pero mató mal y se silenció su labor. Donde estuvo mejor Sebastián Castella, el Monsieur taureau francés, como le dije que le llamé un día y él me sonrió, fue en el sexto de la tarde, dándole un quite a pies juntos muy saleroso. Con la muleta, las plantas juntas, unidas en una baldosa, empezó con uno cambiado y siguió con estatuarios sin enmendar ni corregir el terreno ocupado ni un milímetro, jugándose la cadera, los muslos, el pecho y la vida. La faena transcurrió entre los olés, los aplausos, las ovaciones, y la música excelentemente interpretada por la Banda de Íscar. Y llegó la hora de matar. Se perfiló y logró un estoconazo que le valieron las dos orejas de este «rebeco» de El Torreón.
En resumen, una corrida vista con demasiada pasión y con premios excesivos a juzgar por los resultados. Para mi gusto me quedo con el toreo templado del Juli y con la serenidad, evidente riesgo y atracción del francés Castella.
Y mañana el Ventorrillo, para Ponce, El Cid y El Fandi y por SMS la empresa nos comunica que la sustitución de Perera para el día 10 se da definitivamente a Manolo Sánchez quien completará la terna.
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