Todas las temporadas, en esas mesas invernales que se prodigan en tantos pueblos y ciudades organizadas por las peñas y grupos de aficionados para seguir en el fomento, difusión y apoyo a la fiesta de los toros, todo ese tiempo, digo, se habla y mucho de la importancia del toro, su presencia, trapío y constitución física y genética para poner en valor esa vocación de riesgo que llena a muchos su propia vida. En las mesas de debate acuden ganaderos, toreros, apoderados y gente del mundillo taurino para exponer normalmente una opinión que luego en la pura y dura realidad no se cumple o se hace a medias.
En estas mesas de debate surgen preguntas, exposiciones, opiniones, todas ellas válidas y aceptables pero sin ninguna aplicación luego a la realidad, porque es preferible seguir con lo que se tiene y se conoce que empezar una innovación profunda y significada de lo que en realidad debería representar la Tauromaquia para la gran mayoría de la gente.
En primer lugar, acercarla a la infancia. Es imprescindible la aportación de cuantos nos dedicamos a difundirla entre los más pequeños, los niños. Siempre oímos decir que ellos son el vivero, el futuro, y es cierto. Pero adoptar decisiones claras y palpables es más difícil y supone complicaciones. Por citar una, me viene ahora a la memoria, el acuerdo mercantil de la empresa que dirige el coso de Valladolid que en la pasada feria de Nuestra Señora de San Lorenzo abrió las puertas gratis et amore a todos los niños que, acompañados de un adulto, quisieran acceder al coso del Paseo de Zorrilla para la novillada con caballos y una corrida de toros de la programación festiva. Eso es dar trigo y no solo predicar. La decisión puesta encima de la mesa resultó de lo más enriquecedor, al volver a ver a abuelos y padres con sus nietos e hijos en el graderío de la plaza de toros.
Después presentarla con todo su vigor y grandeza espectacular, emocionante y emotiva, sin manipulación alguna.
Hace no muchos días oímos en una de esas mesas que, si las decisiones dependieran de quien exponía, ordenaría colocar en todas las ganaderías una tablilla a la entrada con un gran cartel que pusiera: «Veedores, prohibido el paso», dando a entender el terrible manoseo, preparación técnica y táctica de los animales a lidiar por este o aquel en un manejo que llega a situaciones intolerables para el criador del toro de lidia, para el espectador que abona su entrada y para la dignidad de quien desea enfrentarse, por gusto y vocación, a un animal bravo.
En esta fotografía con que ilustramos la nota informativa se puede ver a un toro de la Quinta que se llamó «comerciante«, lidiado en Santander en la pasada feria de Santiago. Su aspecto, pujanza, bravura, acometividad y raza está prácticamente captado en el momento de su embestida noble y airada. La emoción recorrió todas y cada una de las gradas del tendido sobre todo al apreciar cómo un torero hizo frente al animal, lo dominó, lo ahormó e hizo de él que las imágenes imborrables quedaran en la retina, recuerdo y memoria, de muchos espectadores.
En resumen, y por no cansar. Lo fundamental en esta fiesta es el toro y no hay más que decir. Esa expresión es la que más se repite en las mesas de debate y comentarios del invierno. Luego llegará la primavera y el verano y la ilusión y el propósito de enmienda queda rasgado por el interés de cada día, de cada momento, de cada persona.
Foto: Javier Cotera
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