Que el mundo rural es uno de los aspectos que se pretende terminar con él, ahogándolo en la miseria y destruyendo su sentido original es algo tan evidente que queda marcado en las agendas llamadas progresistas de elucubraciones mentales buenistas que llenan de espanto a quienes por el contrario viven y mueren en él.
Políticos urbanitas que creen que el campo y sus circunstancias es para ellos y sus seguidores el parque de atracciones en el que pasar un rato divertido al margen de la vorágine del ruido, el neón, las luces y las masas humanas durante un fin de semana, un período vacacional o un momento puntual de acercamiento gastronómico.
Ayer domingo, Madrid fue centro del renacer de un sector al que llaman los teóricos «primario» por ser efectivamente el príncipe, el primero de toda la existencia del ser humano que vive, come, se divierte, sufre, transforma, mejora y sostiene a todos los demás.
Agricultores, ganaderos, pescadores que procuran el alimento. Galgueros y cazadores que rastrean en la montería, en una trocha, dando una mano, un ojeo o corriendo las liebres en grandes aradas y tierras de labor, los toreros que mantienen la tradición de la fiesta del toro bravo en pueblos y ciudades, amada hasta el extremo porque saben que su existencia es la de ellos mismos… Los colectivos de pueblo son del pueblo, de la base, de la raíz de donde vienen absolutamente todos los demás. Es la sangre que da vida para entender la existencia humana sobre la tierra. Y que además no quiere imponer ni se impone en su ideología al resto de la sociedad. Tan solo muestra su idea espiritual y grandiosa, de respeto, evidencia y sentido cívico en el que la tradición heredada de sus mayores es la bandera que enarbolan en todo lo alto, con orgullo y fe.
Ayer en Madrid fue un gran día para muchas personas que ya tienen las manos rugosas, duras, agrietadas, escariadas de tanto bregar en el campo español en todos sus aspectos: Cosecheros de pan y vino; mujeres y hombres de ganaderías de bravo y manso; cazadores y galgueros… Una manifestación que se lleva gestando desde que se empezó a hablar de una absurda e inicua ley de bienestar animal que retrotrae al ser humano a la prehistoria y cuyas zamarras naranjas ayer se mostraron con profusión y protagonismo inequívoco señalando el clamor de los cazadores.
Por eso, ayer la manifestación de Madrid fue inolvidable. Y aunque los grandes medios hayan pasado de puntillas sobre su verdadero símbolo y significado, habrá ya un antes y un después tras el grito, el clamor expresados al quedar patente el abandono del propio pueblo hacia su gobierno.
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