Dicen que un palo vestido no parece palo. Y es verdad. Los grandes toreros tienen en su vestuario variados y coloristas vestidos de torear; quienes no están todavía metidos de hoz y coz en la faena con dos o tres trajes de luces les sirve y también los hay, cada vez menos, aquellos que deben acudir a una casa de costura y confección, para alquilar un terno con el que vestirse para actuar esporádicamente cualquier tarde.
Uno de los personajes de Valladolid que me ha mostrado en el recuerdo un amigo por ser él mismo quien trabajaba para esa casa fue el sastre Inocente «Viruete«, gran aficionado que además siempre que veía algún muchacho por su establecimiento con planta perfilada le decía: «¡Ponte un traje de estos que tú tienes tipo de torero!«. No me puedo olvidar de «Ostioncito«, otro sastre de toreros vallisoletanos y de la provincia que ponía su hilo, su sabiduría y sus manos en restañar, recoser y limpiar más de una chaquetilla de luces y su pantalón objeto de cornada, varetazo, golpes y pisotones de res brava en tarde de fiesta. Roque Morales que ese era el nombre de «Ostioncito», el sastre taurino de Valladolid que alquilaba ropa de torear a tantos y tantos novilleros, toreros y becerristas que querían acceder a este mágico mundo de la tauromaquia, sobre todo en aquellos años en que para ser torero había que echar por los poros de la piel sudores y metafísica en las capeas de los pueblos en una plaza de carros por cualquiera de las poblaciones españolas que corrían toros.
Gabriel Morales, su hijo, a quien conozco, estuvo en las vicisitudes toreras de Arévalo y Peñafiel, dos localidades de las que tiene un especial recuerdo, sobre todo porque los alcaldes de aquellas poblaciones ordenaban al alguacil darles un vale a cuantos toreaban en sus plazas para que comieran, cenaran y se alojaran en la fonda del pueblo, como pago a sus actuaciones toreras, siempre espontáneas y de afición.
Por terminar este relato con una anécdota que me cuentan: Entregó en el coche de línea «Viruete» al joven que iba y venía con los paquetes de ropas desde Tordesillas a Valladolid dos de ellos conteniendo dos trajes de luces, uno para Emilianito de la Cruz y el otro para Antonio, el pajarito, que debían actuar en Tordesillas. El muchacho, por aquello de ver los contenidos, cambió la entrega de uno y otro a sus inquilinos. Y así, uno de ellos, destinado al vecino, ajustaba como un guante, perfectamente, al cuerpo, dignamente, mientras que el otro quedó hecho un adefesio, con colgajos en culeras y sisas, mostrando todos los defectos, raspaduras y recosidos, hecho un Cristo vamos. En el paseíllo uno parecía un viejo decrépito, con ropa de sobra por todos los lados y el otro un gallardo torero. Y la verdad de la historia es que el traje ajustado era para quien llevó el desastre sobre sus hombros. ¡Cosas del cambiazo!.
Y como antes hicieron el tortas, un tal linares en la calle Echegaray de Madrid, Álvarez en la calle Jardines, la maestra Nati y dos hermanas en la calle Ave María que hacían capotes y muletas, seguro que ahora mismo Justo Algaba, Fermín, Emilio, Daniel Roqueta o Paco Méndez estilizan al máximo la figura de quien estrena un terno de luces de los suyos, dando ese colorido artístico de la seda, el azabache, el hilo de oro y los pespuntes invisibles a todos los diestros que salen a lucir su arte en una plaza de toros.
Foto: José FERMÍN Rodríguez
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